La vida en el tranquilo pueblo costero parecía un respiro de la tormenta, pero el pasado siempre encuentra la manera de abrirse camino. Una mañana, mientras Luca reparaba una cerca en su jardín, un coche desconocido se detuvo frente a su casa. Luca se tensó al instante. El hombre que salió del vehículo era alguien que conocía bien: Marco, un antiguo asociado de sus días en Milán.
Marco se acercó con paso nervioso, mirando alrededor como si temiera ser observado. Luca dejó caer las herramientas y se cruzó de brazos, su expresión endurecida.
—¿Qué haces aquí, Marco? —preguntó con un tono que dejaba claro que no estaba para juegos.
—Luca, no tengo a quién más acudir —respo