Aurora ajustó el lazo de su vestido negro mientras se observaba en el espejo del hotel. Su cabello, recogido en un moño desordenado, dejaba al descubierto su cuello, adornado con un simple collar de perlas. A pesar de su nerviosismo, mantenía una expresión serena. Esta noche no solo era una artista; esta noche era una espía en busca de verdades ocultas.
La gala se llevaba a cabo en el Palazzo Mancini, una joya arquitectónica en el corazón de Roma. La ironía de estar en un edificio que compartía el apellido de su familia no pasó desapercibida para Aurora. El lugar irradiaba opulencia: candelabros de cristal iluminaban los techos con frescos antiguos, mientras los invitados, vestidos con trajes y vestidos de diseñador, se movían como sombras elegantes entre las esculturas y pinturas que decoraban las