El sol apenas asomaba por las ventanas del estudio de Aurora, donde la luz cálida jugaba con los colores que se esparcían sobre el lienzo. El olor a óleo y trementina impregnaba el aire mientras ella trabajaba en silencio. Desde que eran niños, Matteo siempre había admirado cómo Aurora encontraba un refugio en el arte, pero en este momento él no podía entender cómo tenía cabeza para pintar mientras sus vidas estaban en peligro.
—¿De verdad piensas que un pincel nos va a salvar de todo esto? —preguntó Matteo desde la puerta, cruzado de brazos.
Aurora levantó la mirada apenas un instante, los ojos fijos en él como si quisiera decir algo, pero volvió a concentrarse en el lienzo.