El restaurante de Antonio era un pequeño rincón en las afueras del pueblo, un lugar sencillo que no llamaba demasiado la atención. La fachada estaba decorada con macetas llenas de flores frescas y un letrero de madera tallado que decía "La Vita". El olor a pan recién horneado y especias flotaba en el aire, ofreciendo una falsa sensación de calma.
Matteo y Aurora llegaron al lugar justo antes del almuerzo, ambos con el rostro marcado por las últimas revelaciones. Matteo se detuvo un momento frente a la entrada, mirando el cartel que anunciaba el especial del día: lasagna y vino de la casa.
—¿Seguro que podemos confiar en él? —preguntó Aurora, ajustándose el abrigo.
—Anton