Alexander e Ivan estaban de pie junto a una mesa baja, cubierta de documentos y esquemas que detallaban los movimientos recientes de Dimitri. Sus voces eran bajas, casi un murmullo, pero llenas de determinación. Cada palabra pronunciada parecía una sentencia.
La sala de estar de la mansión estaba sumida en una penumbra inquietante, a pesar de los ventanales que dejaban entrar la luz del día, parecía que todo alrededor de Sidorov se adaptaba a su estado de ánimo.
Emilia estaba sentada en un sillón individual, algo apartado del centro de la discusión. Sus manos descansaban sobre sus rodillas, apretadas con una tensión que no podía disimular. Aunque su expresión era neutral, sus ojos seguían con atención cada movimiento de los dos hombres. Había algo en la frialdad con la que hablaban, en la falta de humanidad en sus planes, que le provocaba una sensación de desasosiego.
—Tendrá que ser eliminado antes de que pueda hablar —dijo Ivan con tono seco, inclinándose para mostrar un punto en el