La atmósfera dentro del Silver Veil era sofocante, cargada con el ruido de la música y las conversaciones de los invitados de la noche. Sin embargo, Alexander no lo notaba. Estaba sentado en la habitación privada a la que había llevado a la pelinegra poco antes, con un vaso de whisky en la mano, mientras sus ojos se clavaban en un punto fijo.
Emilia estaba tardando demasiado. En su interior, sabía que ella no iba a encontrar nada, que las respuestas que buscaba sobre Ana no estaban al alcance de alguien como ella. Necesitaba que se estrellara contra la realidad, incluso que sufriera un poco; sin embargo, el tiempo que transcurría era muy largo, suficiente para que una inquietud insidiosa comenzara a arraigarse en su mente.
Alexander abandonó la sala, se detuvo en el pasillo del segundo piso y observó el movimiento del club con una tensión creciente. Algo estaba mal, y no podía ignorarlo más. Entre la masa de personas que estaban en la pista de baile y rondando la barra, no estaba ella