El sonido de disparos cada vez más cercanos sobresaltaron a los hombres que cesaron la tortura. Sus ojos hinchados se abrieron de golpe, y aunque su visión estaba borrosa, pudo distinguir las siluetas de sus asaltantes yendo en dirección a la puerta con rapidez. Sin embargo, Emilia estaba tan sumergida en la desesperación y la certeza de su inminente final, que su cabeza no pudo pensar más. La energía que le quedaba la usaba para no perder el conocimiento, ya fuese por testarudez o por autocomplacencia, había decidido que iba a estar consciente hasta el final.
Al otro lado de la puerta, en el área más amplia del almacén, la silueta de Alexander se abrió paso con un arma en su mano izquierda, seguido de un grupo de hombres que no dudó en abrir fuego para diezmar a sus secuaces. Entró como un demonio salido del mismo infierno, sus ojos fríos y resolutos barrieron el lugar sin encontrar rastro de a quien andaba buscando.
Debido al intercambio, muchos hombres del bando contrario se habían