Las luces cálidas del alumbrado público comenzaban a encenderse, fundiéndose con los últimos restos del crepúsculo en la calle adoquinada frente a La Espiral. El cielo, en un degradado entre púrpura y gris, parecía imitar el ánimo de Emilia, que caminaba en silencio junto a Clara. Estaba tan ensimismada, rememorando todo lo que sucedió esa tarde que no se percató de cómo su amiga parecía algo nerviosa.
Clara sostenía un par de bolsas, su contenido tintineaba cada vez que se las pasaba de una mano a otra, y mientras sorteaban una zona mojada del adoquinado, rompió el silencio con un tono de voz ligero.
—Hoy me enteré de que mi primo volvió a meterse en líos con mi tía... otra vez. Les cortaron la electricidad y mi tía estaba que echaba humo. Mi mamá me dijo que lo persiguió por todo el vecindario con una escoba en la mano, dispuesta a darle una buena zurra.
—¿Sí? Tu primo siempre anda metiéndose en líos —musitó Emilia, sin mirarla. Una respuesta automática, que demostraba que en reali