El sol se filtraba por los ventanales de La Espiral con la suavidad dorada del atardecer. Emilia alineaba los cubiertos con precisión milimétrica, como si ese orden externo pudiera compensar el caos creciente en su interior. El mes transcurrido desde que aceptó el doble trabajo, le había permitido moverse con soltura en ese mundo ambiguo y gris del Oblivion, sin embargo, no había obtenido nada certero, las pistas sobre la desaparición de Ana continuaban siendo un fantasma.
Había aprendido, muchos meses atrás, a moverse con cautela; hacía preguntas sin parecer interesada, fingía ignorancia o indiferencia mientras tomaba nota de todo, incluso de lo que parecían conversaciones inconexas. Pero cuanto más buscaba, más encontraba un silencio selectivo.
En La Espiral, los antiguos empleados parecían haber enterrado los hechos con demasiada familiaridad, incluso los disfrazaban de indulgencia, e incluso los chistes de que algunas chicas estaban viviendo mejores vidas, sonaba cruel y desgarrad