El reloj del pasillo marcaba las 3:17 a.m. cuando Dante Moretti llegó al hotel. Su figura cruzó la recepción sin detenerse. Cada paso que daba, lo alejaba más de sí mismo. Ya no era el hombre elegante, calculador y frío. No. Esta vez, era un hombre que sentía cómo algo dentro de él se había quebrado en el momento equivocado.
Las puertas del ascensor se cerraron frente a él. Su reflejo en el metal no mostraba arrogancia ni poder. Mostraba ansiedad. Mostraba miedo.
La suite estaba en silencio cuando entró.
Oscuridad.
Todo apagado.
Apenas el suave murmullo del viento colándose por la ventana entreabierta y una lámpara encendida al fondo, junto al sofá. En esa penumbra, una silueta encorvada lo hizo detenerse.
Alicia.
Estaba en el suelo.
Sentada sobre la alfombra como si sus piernas se hubieran rendido hacía horas. Tenía el vestido desarreglado. El corset desabrochado a medias. El cabello desordenado. Su espalda respiraba temblorosa.
Dante tragó saliva. No la había dejado así, ella estaba