La llamada llegó cuando el sol apenas comenzaba a colarse por los ventanales de la mansión Morgan. Alicia sostenía una taza de té entre las manos, intentando disimular la inquietud que había despertado en su pecho desde la madrugada. La ama de llaves de la Mansión la observaba en silencio desde el otro lado del comedor, notando cómo Alicia a pesar de su rostro sereno, no lograba disimular la sombra que se reflejaba en sus ojos.
El teléfono vibró sobre la mesa de madera. Alicia lo tomó con rapidez, su corazón golpeando con fuerza al ver el nombre de Matteo en la pantalla. Sabía que esa llamada no traería buenas noticias. Algo dentro de ella, una intuición profunda y maternal, ya lo presentía.
—¿Matteo? —susurró, como si temiera que su voz rompiera algo.
La voz del asistente de Dante sonó tensa, quebrada.
—Alicia… no sabemos dónde está Dante.
El mundo pareció detenerse. El aire desapareció de la habitación, y el suelo bajo sus pies pareció desvanecerse por completo.
—¿Cómo que no saben