La suite permanecía en un silencio absoluto, tan profundo que parecía que hasta el tiempo se hubiese detenido. Alicia caminaba descalza, como un fantasma, con los ojos perdidos y los pensamientos llenos de una niebla espesa. Nada en su interior tenía orden. Nada dolía ya de forma individual, porque todo su ser se había convertido en una única herida abierta.
Sus pasos eran livianos, como si no pertenecieran a un cuerpo que alguna vez tuvo vida. La noche no le hablaba. El mundo ya no tenía forma. Y dentro de ella solo había un eco, una voz repetitiva, cruel, devastadora:
No valgo nada.
No merezco a nadie.
Todos me utilizan.
Solo soy un juego en la pieza de ajedrez.
Cada palabra se hundía más en su pecho. Marcus, Viviana, Montserrat... y Dante.
Dante.
Ese hombre que había llegado como un huracán para arrasarlo todo. Con sus palabras filosas, con su mirada impenetrable, con su voz grave que a veces, solo a veces, sonaba como refugio… hasta que recordaba que también era su verdugo.
Ella l