La habitación era blanca. Fría. Demasiado silenciosa.
Las persianas estaban semiabiertas, dejando que la luz suave del amanecer se filtrara entre las cortinas. Un monitor marcaba el ritmo constante del corazón de Alicia, ese mismo que horas atrás se había debilitado hasta casi apagarse.
El aire olía a desinfectante y a un silencio pesado que cortaba como cuchilla.
Alicia abrió los ojos lentamente.
Al principio, solo vio techo. Luego el marco de una ventana. Después… lo sintió a él.
Dante Moretti estaba allí. Sentado en un sillón junto a la cama, con los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas frente a su boca, los ojos fijos en ella. Su rostro era una máscara de tensión, sombras profundas bajo los párpados, el traje arrugado y el cabello revuelto como si no hubiese dormido en días.
Pero lo peor era el silencio entre ellos. Ese abismo que los separaba.
Alicia no dijo nada ¿Qué podría decir ahora mismo?
No giró el rostro. No pestañeó dos veces.
Solo lo miró. Y en esos ojo