La atmósfera en el comedor del crucero se volvió densa en el instante en que Dante Moretti avanzó con su porte imponente hacia la mesa donde Alicia compartía el desayuno con Adrien. Su caminar era lento, calculado, como si cada paso estuviera destinado a marcar un territorio que consideraba suyo. Alrededor, la gente contenía la respiración, anticipando el inevitable enfrentamiento de voluntades. Todos sabían quien era Dante Moretti.
Alicia sintió la piel erizarse y sus mejillas encenderse sin poder evitarlo. La camisa blanca que Dante llevaba contrastaba con la intensidad de sus ojos oscuros y con la fuerza de su presencia. Ella, con su vestido blanco, parecía el complemento perfecto. Una imagen de elegancia y poder, como si estuvieran destinados a ser una pareja que deslumbraba por su sola existencia.
Sin decir palabra, Dante se posicionó junto a ella y colocó su mano en la parte baja de su espalda, un contacto sutil pero autoritario que hizo que Alicia se tensara al instante. Con un