La puerta se cerró detrás de Massimo con un sonido seco, pero Savannah podía sentir todavía la sombra de su presencia impregnada en la habitación, como si el aire mismo se hubiera vuelto más denso desde que él había entrado. Se mantuvo unos minutos al borde de la cama, sosteniendo la mano de Mateo con fuerza, como si con solo ese contacto pudiera evitar que el mundo exterior lo alcanzara.
El niño dormía otra vez, exhausto tras el esfuerzo de abrir los ojos y hablar. Su respiración pausada llenaba la habitación, y esa música suave le daba a Savannah la calma que necesitaba para no derrumbarse. Sin embargo, las palabras de ese hombre seguían retumbando en su cabeza:
La ira le hervía bajo la piel. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo podía siquiera pronunciarlo sin temblar la voz? ¿Por qué se empeñaba en hacerle la vida más miserable e imposible de lo que ya era?
Se levantó lentamente, como quien se prepara un ataque, y salió al pasillo. Lo encontró a pocos metros, apoyado contra la pared, con las