Los pasos firmes y medidos de Massimo resonaron en los pasillos de la mansión apenas la puerta principal se cerró tras él. Había regresado después de varios días de ausencia, y el ambiente, que ya de por sí se mantenía cargado, pareció tensarse aún más con su sola presencia.
Caminó con parsimonia, frunciendo el ceño ante el silencio que había en la casa. Atravesó el vestíbulo y no tardó en encontrar a Giuliana en el salón principal, quién se levantó de inmediato al verlo. Ella, siempre dispuesta a interceptarlo, se acercó a él con los brazos cruzados y una sonrisa cínica pintada en los labios.
—Massimo —lo saludó con voz impregnada de un falso respeto—. Al fin decides regresar. Supongo que has estado muy ocupado con tus… asuntos.
Él la miró apenas un segundo, frío e imponente, sin necesidad de palabras para dejar en claro su disgusto. Pero Giuliana no se contuvo, avanzó un paso hacia él, la mirada cargada de un desdén imposible de disimular.
—No entiendo por qué tanta fijación con esa