Los días en la mansión pasaron con una lentitud sofocante y que llevaba aún más a la desesperación a una madre preocupada. Desde el momento en que Savannah y Mateo llegaron, el tiempo pareció suspenderse, atrapándola en una rutina que tenía algo de sueño y mucho de pesadilla.
La habitación de Mateo era lo único que le daba sentido a las horas. Cada mañana, cuando los médicos entraban con sus batas impecables y sus portapapeles llenos de cifras que Savannah apenas lograba entender, ella permanecía junto a la cama, vigilante, pendiente de cada movimiento, de cada ajuste en las máquinas. Preguntaba una y otra vez lo mismo, sin importar que ya le hubiesen respondido.
"¿Cómo está su glucosa?" "¿El corazón se mantiene estable?" " ¿Cuánto tardará en recuperarse de la cirugía?".
Los doctores respondían con paciencia mecánica cada una de sus preguntas, acostumbrados a madres inquietas y preocupadas por la salud de sus hijos, pero ninguno podía calmar del todo el temblor que se escondía en sus