Savannah se quedó en silencio, mirando al hombre con desconfianza y recelo. Había algo en él que no le terminaba de gustar, no sabía si era esa mirada llena de malicia o sus malintencionados comentarios. Cual fuera el caso, se sentía incómoda estando en su presencia.
Sin decir nada, atravesó la habitación y llegó hasta la cama, asegurándose de que su hijo estuviera bien. Revisó los monitores, que la vía estuviera goteando correctamente, que estuviera calentito y bien abrigado. Iba a tomarle la glucosa, pero Massimo la detuvo, sujetando su muñeca con una suave firmeza que la hizo paralizar.
—La tiene perfecta, ya una enfermera vino a monitorearlo —murmuró, su voz baja y grave calando bajo su piel.
Savannah no dijo nada, asintió apenas y apartó la mano con un gesto que le divirtió a Massimo.
—¿Por qué no sigues durmiendo? Puedo quedarme cuidando a tu hijo sin ningún problema.
—No hace falta que lo haga, yo me encargo de mi hijo —replicó, más hostil de lo que hubiera pretendido—. No tien