No había podido moverse.
No tenía fuerzas para hacerlo.
Se quedó hecha un ovillo sobre la cama, llorando durante lo que le pareció fueron horas.
Sentía el cuerpo entumecido, el corazón sangrando y, en su cabeza, no dejaban de repetirse los mismos retazos: los gruñidos animales de Marcos, la rabia en su mirada, la traición de su propia madre.
¿Qué había hecho para merecer esto?
¿Por qué la odiaban tanto?
El sol comenzó a filtrarse por la ventana y se dio cuenta de que estaba amaneciendo; así que obligó a sus extremidades a moverse y se puso de pie con dificultad.
Su cuerpo protestó al segundo. Su entrepierna ardía. Cada porción de piel le dolía. Pero no quería verse a sí misma; tenía miedo de lo que encontraría si bajaba la mirada.
Caminó un paso a la vez hacia el baño. Pasó frente al espejo del tocador, pero no volteó.
Se metió directamente en la ducha. El agua fría la recibió y cerró los ojos, dejando que las lágrimas se mezclaran con el agua. Pero al segundo se arrepintió. Cerrar lo