Esta vez la puerta de la habitación no fue tocada. El cerrojo se movió desde el exterior y supo que alguien estaba introduciendo una llave.
No tuvo demasiado tiempo para prepararse cuando Marcos entró como un huracán que buscaba acabar con todo. Ella incluida.
—¿Marcos, qué…?
Pero no pudo ni siquiera terminar de formular la pregunta. En menos de dos segundos lo tenía tomándola fuertemente de la barbilla. Sus dedos apretaban su piel hasta un punto doloroso.
—Siempre has sido una pequeña zorra, ¿verdad, Selene? —Ladeó la cabeza, observándola con esos ojos desquiciados.
Trató inútilmente de quitárselo de encima. Pero su fuerza, contra la de un hombre enfurecido, no podía competir.
—¡Marcos, basta! ¡Me estás lastimando!
—¿Y acaso no es eso lo que te gusta? —La lanzó en la cama, haciendo que su cuerpo rebotara sobre el colchón.
—¿Qué… pasa? ¿Por qué estás actuando así? —tartamudeó con el corazón lleno de miedo.
—¿Planeas irte, Selene? ¿Así? ¿Sin despedirte? Eso es de mala educación —gruñó