Esta vez Isabella estaba decidida a irse —al menos por unos días a modo de presión—. Solamente estaba esperando que Alejandro llegara al departamento para tomar su maleta y caminar hacia la puerta con la frente en alto y toda su determinación.
Este era su ultimátum.
Este era su momento decisivo.
No aceptaría que la rebajara delante de esa mujerzuela. Si pretendía que la relación continuara y que aceptara a ese mocoso que venía en camino como su hijo, entonces tendría que ser esa mujer la humillada, no ella.
El sonido del ascensor la alertó del momento que tanto había estado esperando desde que salió de la clínica: Alejandro había regresado.
Sus manos tomaron el mango de la maleta y entonces salió a la sala, encontrándolo de pie como esperaba. Él parecía también estarla esperando, cosa que le sorprendió.
—Me voy —soltó con dureza—. No puedo aceptar este tipo de trato. Quedamos en algo y lo primero que haces es irte con esa... a solas.
—Me alegra ver que estamos en la misma sinton