Gino observó con admiración el interior del edificio de la empresa de Greta. Era como entrar en otra realidad.
Los grandes ventanales dejaban paso a la luz del día que iluminaba el lugar. Los pisos de mármol y las paredes impecables relucían bajo el resplandor. Grandes pantallas ubicadas en algunos muros mostraban imágenes de paisajes urbanos que cambiaban constantemente. Una música suave, apenas perceptible, flotaba en el ambiente. Todo, en conjunto, transmitía modernidad y elegancia.
Se detuvo frente al mostrador, donde una mujer lo recibió con una sonrisa educada.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer amablemente.
—Estoy buscando a la señorita Greta Vanucci.
—¿Tiene una cita?
—No, pero podría decirle que Gino Spinelli está aquí, por favor. Soy un amigo. Ella me recibirá —aseveró, aunque no estaba muy seguro de que fuera a ser cierto.
—Por supuesto, deme un segundo.
Gino asintió y se giró para observar a las personas que transitaban el vestíbulo. Todos parecían ll