Greta soltó una carcajada. No había dejado de reír desde que llegaron al restaurante gracias a las historias de Gino, una más divertida que la otra.—No puedo creer que los muchachos hicieran eso —dijo entre risas.—No le veo la gracia —replicó Gino, aunque la sonrisa en su rostro contradecía sus palabras.—Oh, vaya que sí fue divertido. Me habría encantado estar allí.—Lindura, ya me has visto desnudo antes —dijo Gino sin pensarlo demasiado.Greta sintió cómo sus mejillas se encendían y, de inmediato, se quedó en silencio. Tras unos segundos, bajó la mirada hacia su celular y revisó la hora.—Creo que ya es hora de irnos —murmuró, intentando recuperar el control. El comentario de Gino había desenterrado una serie de pensamientos e imágenes que había logrado mantener a raya hasta ese momento.¿Por qué era tan difícil olvidar que se habían acostado juntos?Probablemente, Gino pensaba que algo estaba mal con ella. Él había estado con muchas mujeres, y Greta no creía que, cuando se reenc
Greta miraba la televisión, aunque en realidad no estaba prestando atención. No podía dejar de pensar en la mentira que le había dicho a Gino. Ni siquiera sabía de dónde había salido. Había esperado que, al decirlo, él no intentara besarla otra vez, y por cómo había reaccionado tenía el presentimiento de que así sería.Había bastado una sola mirada a Gino para que todas las emociones confusas que creía olvidadas volvieran a surgir con fuerza y para que sus pensamientos se volvieran un caos. En cambio, había salido con Isaia un par de veces más desde su primera cita; de hecho, deberían haber salido esa noche también, pero había encontrado una excusa para cancelar. Y, aunque él le agradaba mucho y se llevaban muy bien, no le producía ninguna emoción.Después de estar horas dándole vuelta al asunto, tenía que aceptar que sus sentimientos por Gino iban más allá del deseo y no tenía sentido continuar negándolo.Y eso era un desastre, porque solo terminaría con el corazón roto. Esa era una
Greta necesitaba recuperar su ira, y no le costó mucho lograrlo, bastó con recordar el rastro de labial en el cuello de Gino para que el impulso de querer estrangularlo regresara con fuerza. Aquello fue suficiente para sacarla de su estupor y obligarla a apartar la mirada de él. Se apresuró hacia la puerta y salió del baño.Su objetivo era poner tanta distancia entre ellos como podía, así que se dirigió hacia la salida, pero no había recorrido ni la mitad del camino cuando se detuvo bruscamente. Quería refugiarse en su habitación y olvidarse de Gino, pero incluso enojada no pudo evitar preocuparse por él. ¿Y si resbalaba en la ducha y terminaba inconsciente?Soltó un suspiro de exasperación y dirigió una mirada frustrada hacia la puerta del baño.—Solo no quiero ser yo quien tenga que decirles a sus padres que su hijo está muerto —murmuró para sí, fastidiada.Se acercó a la cama y se dejó caer sobre el colchón, exhausta tanto física como emocionalmente. Debería estar en su propia cama
Greta descubrió que Gino seguía en su departamento en cuanto entró en la cocina. Él estaba de espaldas a ella, vestido únicamente con sus pantalones, luciendo tan increíble como siempre.—¿Por qué sigues aquí? —preguntó, concentrándose.Él se volvió hacia ella y dejó un par de platos sobre la mesa. El aroma de la comida despertó su apetito, pero por el momento lo ignoró.—Aún tenemos que hablar —respondió Gino con calma.—No se me ocurre de qué —replicó, cruzándose de brazos.—¿De verdad no quieres saber por qué aparecí aquí en mitad de la noche?—Estabas ebrio. Las razones podrían ser muchas.—Puede que estuviera ebrio —admitió él, mirándola fijamente—, pero sabía muy bien a dónde quería ir en cuanto salí del bar. Desayuna y hablaremos después.Greta lo observó, dudando si debía permitirle quedarse. Finalmente, su curiosidad venció a su prudencia y accedió en silencio. Durante varios minutos, comió sin mirarlo, incómoda, sin saber qué decir. Fue Gino quien, al final, rompió el silenc
Gino se estaba arriesgando demasiado y, aunque había estado bastante seguro de que Greta sentía algo más que deseo por él, cuanto más pasaba el tiempo y ella no decía nada, menos seguro se sentía. ¿Y si acaso había visto lo que quería ver?—Sabes lo que pienso de relaciones formales —dijo ella, por fin.—Eso no fue lo que pregunté, lindura —replicó Gino, logrando esbozar una suave sonrisa, pese a la tensión que lo consumía.—Yo… —Greta desvió la mirada.—Necesito que mires a los ojos mientras me lo dices. —Gino la tomó del mentón para que volviera el rostro hacia él.Ella soltó un suspiro.—Sabes que no puedo hacerlo. No puedo decirte que no siento nada por ti porque estaría mintiendo. —La voz de Greta fue perdiendo fuerza al hablar, pero él logró escucharla hasta el final y sonrió, aliviado.—Pero, otra vez, eso no cambia nada —continuó Greta, aún con la voz baja—. No sé si puedo creer en todo lo que acabas de confesarme y si puedo confiar en que no vas a… lastimarme. Ya que estamos
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no