Greta sonrió entre lágrimas, con la vista borrosa y el corazón latiendo con fuerza. Durante una fracción de segundo creyó que aquello era un sueño, pero se sentía demasiado real.
—Maldición —murmuró Gino, con una expresión de frustración tierna.
Su voz la sacó de sus pensamientos.
—No era mi intención que sonara como una orden. Juro que tenía un discurso planeado, pero en cuanto me arrodillé... lo olvidé todo. Solo podía pensar en cuánto te amo, tanto que no sé si esa palabra baste para expresar lo que siento por ti. Yo…
—Sí —lo interrumpió ella.
Gino frunció el ceño, confundido.
—Sí quiero casarme contigo —aclaró ella, divertida—. Aunque claramente no me dejaste más opción, porque ni siquiera preguntaste —añadió, sonriendo.
La confusión de él se disolvió en una carcajada emocionada.
—¿Acabas de aceptar?
—Eso hice. A veces eres un poco exasperante, algo egocéntrico y no hablemos de tu…
—Creo que lo tengo —cortó Gino con una sonrisa.
—Pero no tengo ninguna duda de quiero pasar mi vida