Greta soltó una carcajada. No había dejado de reír desde que llegaron al restaurante gracias a las historias de Gino, una más divertida que la otra.
—No puedo creer que los muchachos hicieran eso —dijo entre risas.
—No le veo la gracia —replicó Gino, aunque la sonrisa en su rostro contradecía sus palabras.
—Oh, vaya que sí fue divertido. Me habría encantado estar allí.
—Lindura, ya me has visto desnudo antes —dijo Gino sin pensarlo demasiado.
Greta sintió cómo sus mejillas se encendían y, de inmediato, se quedó en silencio. Tras unos segundos, bajó la mirada hacia su celular y revisó la hora.
—Creo que ya es hora de irnos —murmuró, intentando recuperar el control. El comentario de Gino había desenterrado una serie de pensamientos e imágenes que había logrado mantener a raya hasta ese momento.
¿Por qué era tan difícil olvidar que se habían acostado juntos?
Probablemente, Gino pensaba que algo estaba mal con ella. Él había estado con muchas mujeres, y Greta no creía que, cuando se reenc