(A pedido de mis lectoras un segundo epílogo. Disfruténlo).
Greta sonrió al ver a su padre correr con su nieto en brazos mientras gritaba "¡gol!" con entusiasmo. Su padre era demasiado tierno y su suegro tampoco se quedaba atrás. Segundos antes había presenciado el momento en que su padre balanceó a su hijo, de apenas dos años, para patear la pelota, mientras el padre de Gino se lanzaba hacia el lado opuesto, sin ninguna posibilidad de interceptarla.
Su hijo reía a carcajadas, probablemente sin entender del todo lo que ocurría, pero contagiado por la energía y el entusiasmo de sus abuelos. La escena era entrañable.
Stefano se acercó a su pequeño y alzó la mano. El pequeño Stefano no tardó en estrellar su manito contra la de su abuelo. Luego, los tres caminaron hacia la mesa con sonrisas enormes iluminándoles el rostro.
—Nuestro campeón tiene sed —anunció su padre con una mezcla de orgullo y diversión.
Apenas terminó de hablar, la madre de Gino tomó al pequeño Stefano en brazos y le o