Emma Marmolejo era la típica buena niña, buena hija, buena estudiante, buena ciudadana, buena hermana, buena en todo; por eso, Fernanda Marmolejo, hermana menor de Emma, decidió ser lo que la otra no era, haciendo sufrir a los que no la querían por no lograr ser tan perfecta como su hermana, y dañando a su nada querida hermana, de paso. Pero las cosas no son como Fernanda las conoce, pues ella ni siquiera se interesa en ver más allá de lo que está frente a su nariz y, puede qué, para cuando se dé cuenta de cuál es la realidad, sea demasiado tarde para tener una vida normal. Emma y Fernanda son OPUESTOS, ¿o no?
Leer másFernanda miró por la ventana de su alcoba, y sonrió ante la decoración tan elegante y bella en su enorme jardín. Tenía más de año y medio contando los días, y al fin había alcanzado su meta, y lo celebraría desfilando entre tanta elegancia.Estaba nerviosa, demasiado, en realidad, y no se lo explicaba del todo, es decir, ellos tenían casi dos años viviendo juntos en esa tranquila y armoniosa relación que habían logrado crear, estar casados no debía ser diferente, y aun así su estómago estaba hecho un nudo.El inicio no fue nada complicado, el intermedio fue un caos, pero ahora estaban bien, eran la hermosa familia que desearon siempre ser, aún desde que ambos creían cargar con un amor unilateral.Fernanda respiró profundo, muy profundo, contuvo el aire por medio segundo y entonces lo soltó lento, soplando un poco de s
—¿Siempre qué pensaste? —cuestionó Emma a Fer, que la veía entreverar hilos apoyada con un par de agujas, mientras las agujas entre sus torpes manos no lograban hacer más que dejar ir esos hilos que debían estar acomodados uno tras otro alrededor de las agujas.—Comprar una cobija —resolvió la chica soltando su intento de tejido—, no sirvo para eso, no tengo ni la paciencia para terminarla ni la confianza de usar algo tan feo en caso de que sí lograra completarla, porque seguro quedaría fea.Emma sonrió, ella conocía bien a su hija, sabía perfectamente que la paciencia no era la suyo, pero esperaba que por sus hijos se esforzara un poco, aunque no pasó.—Lo bueno es que sabes usar el dinero —dijo la mujer dejando su propio tejido para tomar el de Fernanda—, anda, enrolla la madeja mientras desbarato este desastre que hiciste.
Fernanda abrió los ojos con pesadez, no quería despertar, quería más tiempo en la cama, pero su padre insistía en que debía abrir los ojos, así que lo hizo y lo miró mal por una fracción de segundo antes de poner los entreabiertos ojos en la otra persona en su habitación.Los ojos de la chica se abrieron enormes y sus fosas nasales se contrajeron, dificultándole respirar. Fernanda presionó sus temblorosos labios uno contra otro y tragó el grueso de saliva que se anudó en su garganta para, de todas formas, no poder decir nada.—Lo lamento —se disculpó Alexander, provocando a la chica llorar.Ella era toda hormonas, de por sí, y ver a ese que no esperaba ver pronto la descolocó bastante. Además, se estaba disculpando. ¿Por qué lo hacía? ¿Por haberla dejado a su suerte antes o por no querer ser parte d
—¿Fernando? —preguntó Alana sorprendida de ver a un hombre que pensó no vería nunca más luego de que él saliera huyendo del planeta a causa de la mujer para la que ambos trabajaban.—Hola, Alana —saludó un chico ya no tan joven como la mujer recordaba—. ¿Puedo hablar con tu hijo Alex?Tal petición le desorbitó los ojos a la mujer. Ni siquiera pensaba que él recordara a uno que apenas si había conocido cuando bebé.—¿Cómo es que lo conoces? —preguntó decidida a no enfrascarse en múltiples ideas.—Bueno, él es… o, más bien, era el novio de mi hija Fer.—¿Sabes de la niña Fernanda?—Sí.—¿Cómo? Pensé que ella era algo de lo que nunca te enterarías.—Bueno, hemos pasado demas
Las manos de Fernanda sudaban frío, y en su estómago estaba esta sensación ya muy conocida, estaba cien por cientos segura de que vomitaría en cuanto su respiración perdiera ese marcado y lento ritmo que había tomado desde que subió al auto de su padre para ir a casa de Alexander.—Toca de una vez —casi ordenó Emma tras un par de minutos en que la chica, frente a la puerta de la casa de su exnovio, no hiciera siquiera por moverse—, me estás matando de los nervios.Fernanda volvió la cabeza y le miró aterrada, justo se sentía, y sus labios temblaron mientras sus ojos se aguaban y su estómago empujaba algo a su garganta.—No puedo —balbuceó la chica casi de manera inentendible—, tengo mucho miedo de lo que va a pasar.—¿No que habías visto todos los escenarios? —cuestionó la mayor de las dos,
—Sigue durmiendo —dijo una voz tenue entre sus sueños—, ¿debería levantarla a comer algo?Era la voz de su papá, estaba setenta por ciento segura de ello.—No, cuando necesite comer va a despertar. Ahora necesita más descansar —dijo la clara voz de Emma.—Uno no puede descansar cuando cuchichean en su habitación —farfulló Fernanda abriendo los ojos con dificultad para ver los sorprendidos rostros de sus padres—. ¿Necesitan algo?—¿Cómo te sientes? —preguntó Emma andando hasta ella, pero sin acercarse demasiado—. Pensé que si estabas despierta y habías comido ya podíamos ir a casa de Alana.—¿Comido? —cuestionó Fernanda confundida—, ¿qué hora es?—Pasa poco de medio día —respondió Fernando.—&iques
—¿Segura que te vas a la casa conmigo? —preguntó Adrián a Emma tras que ambos se despidieran de Fernando Báez y Fernanda en la puerta del departamento.—¿Quieres que pase la noche aquí? —cuestionó, más confundida que contrariada, Emma.—¡No! —respondió el hombre perdiendo, por al menos un par de segundos, esa imperturbabilidad que le caracterizaba—. No toda la noche, pero puedes quedarte más tiempo, o traerla con nosotros si te hace sentir tranquila.—Está bien —dijo Emma negando con la cabeza—, yo solo necesito saberla a salvo para estar tranquila. Además, no sé si no te diste cuenta, pero de los dos no soy su favorita.Las últimas palabras de la mujer se quedaron atrapadas en un nudo que estaba en su garganta, por eso salieron a medias.El camino de regreso a casa fue silencio total. L
Fernanda recibió del médico que la revisó la medicación necesaria luego de considerar su condición, dejándole un poco más tranquila y, al paso de las horas, su dolor de cabeza disminuyó lo suficiente para permitirle dejar la cama.—Voy a tomar tu teléfono —susurró la chica luego de ver a su posible aliado entrar a bañarse.Ya había revisado toda la casa y no había teléfono, y las empleadas de la casa le habían negado tener uno. Luego fue a pedirle a Diego y, entrando a la habitación, escuchó el agua de la regadera comenzar a caer.» Sí —dijo tras acertar la contraseña.Diego no era tan desconocido, de hecho, si no hubiese hecho tan buenas migas con Alexander, probablemente se hubiera enamorado de él.—¿Quién es? —preguntó Emma atendiendo a un númer