Mientras Malú aún se sumergía en sus pensamientos, los saludos animados de Luna y Cristiano resonaron en la sala. Acababan de llegar de la finca de los padres de Cristiano, invitados por Eduardo para el desayuno. Mientras intercambiaban saludos con Malú y Olga, surgió la dulce voz de Miriã, sorprendiendo a todos.
—¡Buenos días, familia! —apareció Miriã, decidida a bajar y disfrutar el desayuno con todos.
Eduardo, preocupado, trató de detenerla:
—Querida, deberías descansar.
Ella, sin embargo, le dio un beso cariñoso en la mejilla y replicó:
—Papá, a veces creo que piensas que Luna y yo somos muñequitas de porcelana.
—¡Estoy completamente seguro de eso! —rió Luna, besando también la mejilla de su padre.
—En realidad, siempre pensamos así —bromeó Ravi, acariciando a May, que ahora estaba en su regazo—. Cuando ustedes nacieron, eran tan frágiles como esta princesita aquí.
Miriã y Luna acariciaron a la pequeña May, que sonreía encantadora para todos. Miriã comentó entonces:
—Pero ahora ya