Mundo ficciónIniciar sesiónBeatriz Miller es una joven madre soltera, que trata de empezar de nuevo con su pequeña, lejos de sus protectores padres. Stefano Magno es un joven médico que decide regresar a su pueblo natal luego de la muerte de la madre de su hijo. El destino junta a Stefano y a Beatriz en Washington en una cena familiar, donde la atracción es muy grande. ¿Podrán ambos superar todos los obstáculos y encontrar juntos la felicidad? ¿Podrán empezar “Desde cero”?
Leer más“Mãe… Mãe, por favor! Acorda, mãe!”
Clarice abriu os olhos, apoiando a mão no peito, ofegante. O quarto ainda estava escuro, uma leve luz entrava pelas cortinas, a luz prateada da lua cheia. A madrugada ia alta e ela deveria estar descansando para pegar seu voo para Pinewood cedo no dia seguinte, mas fazia muito tempo que não conseguia dormir bem. Ela se levantou, os pés descalços tocando o chão frio. Suas cisas já estavam encaixotadas, não pretendia levar muito para sua nova “antiga” casa, apenas o essencial. A única coisa que ainda estava fora das poucas caixas era o porta-retrato que estava repousando ao lado do seu travesseiro. Uma foto da sua mãe, Elaina. As memórias do acidente que havia acontecido há somente um mês a assombravam todos os dias, e a culpa também. As últimas palavras de sua mãe para ela ainda estavam martelando em sua cabeça, ela jamais esqueceria e jamais deixaria de se culpar, afinal, Clarice quem estava na direção, ela quem perdeu o controle do carro. Clarice engoliu dois comprimidos, sem água mesmo, e voltou para a cama, abraçando o porta-retrato e fechando os olhos, imaginando sua mãe ali, os braços dela ao seu redor. Só depois de quase duas horas, ela adormeceu.***
O voo até Lakecity foi mais demorado do que ela imaginou que seria, e ela ainda
precisaria pegar um ônibus já que Pinewood não tinha aeroporto. No caminho, Clarice descobriu que o nome do senhor era Jorge, e soube ainda que ele conhecia sua mãe desde que ela era uma pré-adolescente. Jorge ficou sentido pela notícia do falecimento de Elaina e afirmou que ele e sua esposa estariam disponíveis para ajudá-la na adaptação, já que a casa onde Clarice ficaria era bem afastada da zona principal da cidade.— Aqui é bem deserto, mas também é bem tranquilo, eu e minha esposa moramos há alguns quilômetros daqui, acho que umas meia hora — Jorge falou, abrindo a porta e descendo do carro, seguindo para a porta do fundo e abrindo-a, pegando a mala da moca. — O sinal de celular não é tão bom, mas você pode ligar que a gente atende, se aconhecer alguma coisa a Dorinha e eu vamos vir bem rápido, tá bom?
— Não se preocupe comigo, tá tudo bem! — ela garantiu, segurando a mala pesada e olhando para a casa da sua infância. — Estou acostumada com essa casinha.
— Claro, claro… Só quero que você saiba mesmo, sua mãe era uma boa amiga minha, então… Vou te ajudar em tudo o que eu puder!
— Obrigada, Jorge — a ruiva agradeceu, com um sorriso de orelha a orelha.
Gostava da gentileza de Pinewood, era sua coisa favorita na cidade.
Depois disso, o senhor entrou em seu carro e seguiu a estrada, sumindo de vista, então, finalmente, Clarice pode caminhar até a casa.
Uma pequena cerca com um portãozinho, tudo de madeira, dividia o terreno. A cerca, outrora branca, estava desbotada e com certeza ela iria dar uma boa pintura nela. A casa ficava na parte inicial de um grande terreno que fazia divisa com a densa floresta que cercava os dois lados da estrada, então, assim que passou pelo portão, Clarice se viu numa pequena campina de grama alta e, aos fundos, a floresta imponente que a cercava.
Ela tirou a chave do bolso e a colocou na fechadura, abrindo a porta com um pouco de esforço, parecia um pouco emperrada depois de tanto tempo fechada, então entrou, deixando a mala de lado e suspirando.
Os móveis ainda estavam como elas haviam deixado há mais de dez anos, cobertos por panos brancos, tinha muita poeira e, definitivamente, precisava de uma faxina.
Mas estava em casa novamente e, principalmente, mais perto de sua mãe do que nunca agora.
Tinha um lar, e esperava que sua vida começasse a melhorar a partir dali.
Por la mañana, logré convencer a los médicos que me dejaran visitar a mi pequeña e informarle que esa misma tarde se realizaría el trasplante, para que no se asustara. La enfermera me llevó en una silla de ruedas hasta el cuarto de mi hija. ― Buenos días, mi cielo ― dije, mientras acariciaba su mejilla. ― Buenos días, mami ― talló sus ojitos y me miro fijamente. Examinó mi vestuario, que consistía en una bata de hospital y un camisón. Era evidente que ya no cargaba a un bebé en mi vientre y, además se sorprendió por la silla de ruedas. Ante tal panorama, Mía inmediatamente se quiso levantar y lanzarse a mis brazos. ― Mi pequeña, debes estar tranquila ― la tranquilicé, mientras la acomodaba nuevamente en su camita. ― ¿Qué sucedió, mami? ¿Y mi hermanito? ― sollozó. ― Tranquila, tu hermanita nació anoche, ahora está con papá. ― ¿Puedo conocerla? ― Te prometo que pronto la conocerás, pero hoy no. Esta tarde, princesa, van a ponerte en tu cuerpo un pedacito de tu primito… con ese pe
La ambulancia llegó a la casa unos minutos después de que nos acostáramos Beatriz, nuestra pequeña y yo. Aún no asimilaba lo que acababa de pasar. Había traído a mi hija al mundo, había ayudado a la mujer que amo a parir.Sabía muy bien que no habíamos podido planear muchas cosas por nuestra falta de tiempo. Desde el principio, ambos acordamos que yo presenciaría el parto y sostendría su mano. Pero, sin duda, esto era mejor. Fuimos nosotros dos, los que la trajimos al mundo. Al fin nuestro amor pudo afrontar el terror por haberse adelantado el parto, por encontrarnos en casa. Pero también pudimos disfrutar todo sin interrupciones y en nuestro hogar, dándonos nuestro espacio y respetando nuestros tiempos, sobre todo los de Beatriz, cada minuto que pasaba la amaba más.Una vez que los paramédicos trasladaron a mi mujer y a mi hija al hospital donde se encontraba Mía, logré comunicarme con mi padre y explicarle lo sucedido.Ellos cuidarían de Thommy, así yo podía cuidar de mis tesoros.A
La ambulancia llegó a la casa unos minutos después de que nos acostáramos Beatriz, nuestra pequeña y yo. Aún no asimilaba lo que acababa de pasar. Había traído a mi hija al mundo, había ayudado a la mujer que amo a parir.Sabía muy bien que no habíamos podido planear muchas cosas por nuestra falta de tiempo. Desde el principio, ambos acordamos que yo presenciaría el parto y sostendría su mano. Pero, sin duda, esto era mejor. Fuimos nosotros dos, los que la trajimos al mundo. Al fin nuestro amor pudo afrontar el terror por haberse adelantado el parto, por encontrarnos en casa. Pero también pudimos disfrutar todo sin interrupciones y en nuestro hogar, dándonos nuestro espacio y respetando nuestros tiempos, sobre todo los de Beatriz, cada minuto que pasaba la amaba más.Una vez que los paramédicos trasladaron a mi mujer y a mi hija al hospital donde se encontraba Mía, logré comunicarme con mi padre y explicarle lo sucedido.Ellos cuidarían de Thommy, así yo podía cuidar de mis tesoros.A
Narra Beatriz.Luego de la cena en casa de los Magno, decidimos a casa, ya era tarde y al otro día quería ir temprano al hospital a ver a Mía.Mientras Stefano acostaba a Thommy yo lo esperé en la cama solo con ropa interior y cubierta por las sábanas.― ¿Tienes calor, nena? ― preguntó.― Mh, tengo un antojo… nene ― traté de decir lo más sexy que pude, aunque con esta figura no creo haberlo logrado.― ¿Y qué es lo que se le antoja a mi mujer? ―preguntó mientras se acercaba gateando por el colchón, lo agarré de la solapa de la camisa y lo besé apasionadamente.― Tú eres lo que se me antoja ― susurré sobre sus labios.― ¿Es… estás segura, amor? ― tartamudeo, inseguro.― ¿No quieres hacer el amor conmigo? ¿Ya no te gusto? ― dije, haciendo un puchero, y es que era lógico que ya no le gustara, estaba gorda y fea.― No es eso, cielo. Muero de ganas de hacerte el amor. Pero no quiero hacerles daño ― se explicó, mientras acariciaba mi vientre― Stefano , cielo: no nos harás daño. Pero ya no
Narra Stefano .Beatriz había partido del hospital desde hace poco más de media hora. Ahora me encontraba en la habitación de Mía, contándole un cuento. La niña estaba agotada, pero intentaba mantenerse despierta cuando estábamos con ella, alegando que nos extrañaba mucho y que nos necesitaba.Recibí un mensaje a mi móvil. Era de Beatriz, por lo que lo abrí rápidamente.*Cariño, ya estoy en casa… voy a darme un baño y luego dormiré un rato. ¿Cómo sigue Mía?Sin dudarlo le respondí de inmediato:*Recién terminé de leerle un cuento. Ahora está descansando un poco mientras le canto… duerme, nena. Te amo.No supe exactamente cuánto tiempo pasó, hasta que el teléfono de la habitación sonó.― Señor Magno. El señor Hale lo espera en recepción.― Gracias ― respondí amablemente.― Princesa: vino el tío Jhon. Iré a verlo y en un rato regreso, ¿Sí?― Bueno, papi. ¿Viene Charlotte con él? ¿Y tía Alisson?― No lo sé, cielo. Ahorita veo y si pueden les pido que te visiten, ¿bien?Mi niña asintió y
― Hace unos días, presentamos una demanda por violación a una menor en su contra, y además realizamos los trámites para comprobar que Mía y Anthony son hermanos. Estamos tratando de acelerar al máximo esto para que en cuanto la documentación esté disponible, ustedes puedan proceder ― contestó Jhon.― ¿Proceder en qué? ― preguntó Emmanuel, saliendo de su estupor.― Tony es compatible con Mía. En cuanto Jhon solucione el tema legal, podremos realizar el trasplante a mi hija ― contestó Beatriz.― Esa sí que es una bendición. No solo se agranda la familia; además, todos estaremos bien ― acotó mi marido, mientras se levantaba para abrazar a Beatriz y a Nessy.― Bien. Creo que ahora que está todo aclarado, debemos organizar una fiesta para celebrar a mi nuevo sobrino ― dijo Alisson. ― Y mamá, deberíamos salir cuanto antes para comprar todo para decorar el cuarto de Tony, y comprar ropa y juguetes…― Alisson… espera un momento. Hay otro anuncio que queremos hacerles con Nessy. Sé que no es l
Último capítulo