Después de casi treinta años de matrimonio, Mane se ve abandonada por su esposo, quien la deja por una mujer más joven. Devastada y sumida en una profunda depresión, su vida da un giro cuando decide inscribirse en un gimnasio. Allí, conocerá a un entrenador personal que, con su energía, pasión y entrega, la guiará por un camino de autoconocimiento, aceptación y amor propio. A pesar de la ayuda de nuevas amistades y el crecimiento personal que comienza a experimentar, Mane se enfrenta a constantes obstáculos: las expectativas de su familia, sus propios miedos y los prejuicios que la rodean amenazan con frenar su proceso. A lo largo de su viaje, descubrirá que, aunque la felicidad no es fácil de alcanzar, la verdadera liberación reside en tomar el control de su vida, dejar atrás lo que ya no la define y aprender a reconciliarse con su pasado para atreverse a abrir su corazón nuevamente, no solo al amor, sino también a la vida misma, abrazando la oportunidad de reinventarse y de volver a sentirse plena.
Leer másMe casé pensando que era para toda la vida… y aquí estoy tratando de replantear mi vida, sola.
Mi nombre es María Inés, pero todos me dicen Mane, tengo cincuenta años, tres hijos, estado civil… incierto. En realidad, estoy separada de hecho, pero no divorciada, por lo que legalmente aún soy una mujer casada, pero sin marido.
Conocí a mi marido Andrés muy joven. Nos conocimos en la universidad, ambos somos médicos, él neuro-cirujano y yo anestesióloga. Nos conocimos cuando ambos estábamos estudiando y nunca más nos separamos. Nos casamos jóvenes, cuando teníamos veintitrés años y tuve a mis hijos seguidos para poder criarlos aun estando joven. Seguí estudiando, pues tenía mucha ayuda para criar a mis hijos. Vengo de una familia privilegiada y con mucha holgura económica, por lo que desde un principio mi vida de casada fue fácil. Hice mi especialidad en anestesiología y comencé a trabajar de inmediato.
Mi vida fue de ensueño, hijos fáciles de criar, nunca me dieron dolores de cabeza o problemas mayores, los dos mayores ya salieron de la universidad y trabajan y la menor está terminando sus estudios.
La vida con Andrés fue siempre tranquila, sin sobresaltos. Más que amantes éramos amigos y compañeros, aunque teníamos nuestros momentos de pasión, no era nada del otro mundo.
Nuestra vida sexual con los años y la rutina se fue acabando poco a poco. Teníamos trabajos muy demandantes, sobre todo él y no siempre coincidíamos en horarios, por lo que no nos veíamos mucho durante la semana. Los fines de semana tratábamos de pasar tiempo juntos, pasear, salir a comer o visitar a la familia.
Él siempre tuvo el papel de proveedor de la familia, aunque yo también aportaba a la economía familiar.
Todos los años íbamos de vacaciones a lugares maravillosos y recorrimos el mundo junto a nuestros hijos.
Mi vida era feliz o creí que lo era hasta hace cuatro años…
cuatro años atrás…
Andres, que haces acá?
Nada, estoy descansando
¿Pero no puedes descansar en nuestra habitación, por qué lo haces en la habitación de servicio?
Es que estaba viendo videos y no quería despertarte
¿Me puedes mostrar el celular?
¿Para qué quieres verlo?
Porque no estabas viendo videos, cuando entré a la habitación, vi que estabas hablando por W******p con alguien.
Y mientras le decía eso, sentía una punzada de inseguridad, ¿celos? Sabía que algo no estaba bien.
Para nada, de verdad estaba viendo videos de I*******m.
Bueno, muéstrame
No te voy a mostrar.
¿Acaso tienes algo que esconder?
No te pases películas, ni te pongas paranoica, no tengo nada que esconder, pero no te voy a mostrar mi teléfono. Es privado y yo no me meto en el tuyo.
Si no me lo muestras es porque tienes algo que esconder
¿No confías en mi palabra?
Sí, pero se lo que vi y no estabas viendo videos, muéstrame el teléfono y demuéstrame que estoy equivocada.
No tengo nada que demostrar
No puedo creer que lleguemos a esto si es tan fácil como que me muestres el teléfono y listo.
Ok, te lo muestro, pero yo te muestro el teléfono y me voy de la casa, yo no puedo estar con alguien que no confía en mí, ni en mi palabra. ¿Qué decides?
Me sentí impotente, con un nudo en la garganta, confundida y mi corazón que estaba acelerado, estuvo a punto de paralizarse.
No te preocupes, dejémoslo así.
Y así fue como empezó el fin de mi matrimonio. No fui capaz de decirle que me mostrara el teléfono. Me sentí paralizada con su amenaza y por un momento pensé que me lo había imaginado, que tal vez no había visto bien y sentí un miedo horroroso a perderlo, a que se fuera y que por mi culpa nuestra relación se quebrara.
Me fui a acostar y me quedé pensando mucho. Andrés se quedó a dormir en esa habitación esa noche y muchas más. Estuvo enojado conmigo muchos días y me hizo saber después que estaba muy dolido por mi desconfianza, que él nunca me había dado motivos, lo cual era verdad y que él no podía hacerse cargo de mis inseguridades.
Desde esa noche, ya no volví a ser la misma. Una sombra de desconfianza se instaló en mi mente, haciendo que cada recuerdo con Andrés se viera a través de un filtro de sospecha Comencé a repasar nuestra vida juntos, buscando respuestas en momentos que antes me parecían perfectos. Ahora, cada risa compartida y cada caricia se sentían cargadas de un nuevo significado, y el miedo a perderlo me atormentaba más que nunca.
Me puse en alerta y estaba atenta a todo lo que él hacía o decía.
El casi no tenía redes sociales, solamente I*******m y en general lo ocupaba para ver videos o historias, pues seguía a pocas personas y otra menos lo seguían a él.
Intenté muchas veces ver su teléfono para buscar algo, pero había cambiado la clave de acceso y no lo logré.
Nuestra relación no cambió significativamente.
Cuando el primero de nuestros hijos se fue de la casa, Andrés ocupó esa habitación como escritorio, pues el suyo le había quedado pequeño. Cambió todas sus cosas, pero le habían quedado muchas cajas sin desempacar y me pidió ayuda. Un fin de semana me dediqué a sacar sus cosas y ayudarlo a guardarlas. En una de las cajas había papeles bancarios y pude ver muchos comprobantes de depósitos a nombre de una mujer. Me extrañó pues no era nadie que yo conociera, pero había varios en cantidades pequeñas. Uno llamó considerablemente mi atención pues era de varios millones de pesos.
Le pregunté quién era esa mujer y me dijo que era una enfermera de su equipo, que trabajaba con ella hace más de un año y que era un préstamo que la sociedad médica, la cual era de Andrés, le había hecho para comprarse un vehículo. Miré bien el comprobante y no era la sociedad médica quien le había hecho el préstamo, sino que Andrés como persona natural, lo cual me pareció muy extraño y sospechoso.
Le hice ver el tema, y dijo que probablemente se había equivocado pues él no le prestaba dinero a nadie, su empresa sí.
Llegué a Chile a las 7 de la mañana, tomé un taxi con rumbo a mi casa. Cuando llegué, todos mis hijos estaban esperándome.Los abracé y besé y disfrutamos un rico desayuno juntos. Les conté de Roberto y por la razón que había viajado tan de improviso.Me duché, me cambié de ropa, me maquillé un poco y me perfumé. Sabía que no era un encuentro romántico el que tendría, el ambiente sería muy distinto, por lo que no tenía ninguna esperanza, pero la mujer que era ahora y que tenía amor propio y algo de vanidad, trabajó para verse lo más presentable posible.En el camino hacia el hospital hice unas llamadas telefónicas para hablar con colegas involucrados y que trabajan en el hospital, por lo que me estarían esperando.Cuando llegué al hospital busqué la habitación, golpeé la puerta y abrí.Allí en la camilla, acostada, dormía una mujer joven, quien supuse era la esposa o pareja de Roberto. Sentada a su lado, había una señora mayor tomándole la mano y llorando. La saludé y el saludo fue co
Salí de su departamento con el corazón pesado, pero al mismo tiempo, sentí un alivio indescriptible. Era un nuevo comienzo, no solo para él, sino también para mí. Había llegado el momento de reconstruir mi vida de nuevo, esta vez con la libertad de saber que el amor verdadero puede tomar muchas formas, y no siempre tiene que estar ligado a una relación romántica.Dejarlo ir fue lo más correcto, lo que tenía que hacer, por él, por su futuro, eso no significaba que no me doliera, que no lo iba extrañar con la vida.Me enseñó tanto; a quererme, a aceptarme, a hacerme respetar, a no permitir que me pasaran a llevar, a ponerme primero, ante todo.El camino por delante no sería fácil, pero estaba dispuesta a enfrentarlo. Ahora tenía que reencontrarme conmigo misma y comprender quién era, más allá de ser madre o pareja. Tenía que aprender a amarme y a valorar lo que realmente deseaba para mi futuro.Les comuniqué a mis hijos que me tomaría un año sabático y que viajaría por el mundo. Sería u
Por el lado de Roberto, a veces nos juntábamos con sus amigos, entre los cuales había parejas de más edad, por lo que nunca me sentí fuera de lugar con ellos, al contrario.De repente había situaciones en las que los celos y las inseguridades me acechaban. Siempre había mujeres coqueteándole y algunas no podían creer que fuéramos pareja. A veces me felicitaban y otras ponían cara de asco o vergüenza.Nunca en mi vida, estuve tan expuesta y en contacto con tanta gente y me impresionaba lo que la gente, sobre todo mujeres pueden opinar y meterse en la vida de otros y sin recato alguno, enjuiciar sus vidas.En algún momento cuando habían pasado varios meses de relación y la mayoría de los conocidos y amigos a quienes frecuentábamos nos veían siempre juntos, una de sus amigas me empezó a interrogar y preguntar cuáles eran mis intenciones con Roberto. Le dije que no había intenciones, solamente nos estábamos dejando llevar sin pretensiones y sin planes. Le dije que no quería planear nada m
La relación que había empezado de manera clandestina había florecido en algo significativo, y ya no había vuelta atrás. Al final de la noche, me sentí orgullosa de mí misma por haber tomado la decisión de ir y por no dejar que mi pasado me definiera.La decisión de dejar atrás las expectativas y el prejuicio de mi familia me llenó de una extraña mezcla de nervios y emoción.Cuando sentí que ya había sido suficiente, le dije a Roberto que me quería ir. Mientras nos despedíamos de Luisa y su esposo, una sensación de liberación me invadió. Había pasado demasiado tiempo preocupada por lo que pensaban los demás, y esa noche quería ser fiel a mis deseos.Nos despedimos de mis hijos y les informé que no llegaría a la casa esa noche, para que no se preocuparan.Roberto y yo salimos del evento, y la brisa nocturna nos recibió con un abrazo cálido. Ya en el vehículo, no podía dejar de sonreír. Él me miró, sus ojos brillando con complicidad, y supe que estábamos en la misma sintonía.¿A dónde va
Un año atrásMamá necesito decirte algo, por favor siéntate.No me asustes por favor.Tranquila, no es nada grave.¿Recibiste la invitación de matrimonio de Luisa?Si claro.Bueno, el papá también la recibió y va a ir con Paulina.Luisa, mi sobrina, hija de mi hermana, se casaba en un mes. Sabía que Andrés iba a estar allí, y aunque llevábamos años separados, nuestras familias seguían unidas. Lo que no esperaba era que él llevara a su nueva pareja. Mi hermana no me había comentado nada, nuestra relación no era tan cercana.Durante mi proceso de separación, mi familia no me apoyó mucho. Ellos pensaban que debía perdonar la infidelidad de Andrés y seguir adelante, todo por la reputación familiar. Sabían que él seguía con la mujer que había causado nuestra ruptura, pero a mí no me permitían rehacer mi vida sin cuestionamientos.Llevaba casi cinco meses en una relación con Roberto. Él había sido fundamental para mi bienestar emocional, aunque solo mi hija sabía de él, después de que nos s
Me tomó de la mano y me llevó a su habitación y comenzó a quitarme la ropa hasta quedar yo solamente en ropa interior.Me recostó en la cama y yo no paraba de temblar. Estaba nerviosa y un poco asustada, mi cuerpo recibía bien sus caricias, pero mi mente estaba llena de imágenes de Andrés, de mis hijos y de mis propios prejuicios, de culpas, cuestionando lo que estaba haciendo.El colágeno se dio cuenta y me preguntó si quería parar. Le dije que no, que ya estaba ahí, que siguiera.Él, debo reconocer, fue muy paciente y dedicado. Me besó lento y suave y me decía en susurros que me merecía cada caricia y placer que él me iba a dar y que me sintiera deseada, pues era una mujer muy deseable. Que cerrara los ojos y me dejara llevar.Comenzó tocándome los senos, acariciándolos y besándolos. Estuvo mucho tiempo en uno y luego en el otro. Después comenzó bajando por mi vientre, llegando finalmente a la entrepierna. Muy suavemente comenzó a besarme y tocarme. Lo que yo sentía en ese momento,
Último capítulo