Por la mañana, logré convencer a los médicos que me dejaran visitar a mi pequeña e informarle que esa misma tarde se realizaría el trasplante, para que no se asustara.
La enfermera me llevó en una silla de ruedas hasta el cuarto de mi hija.
― Buenos días, mi cielo ― dije, mientras acariciaba su mejilla.
― Buenos días, mami ― talló sus ojitos y me miro fijamente. Examinó mi vestuario, que consistía en una bata de hospital y un camisón. Era evidente que ya no cargaba a un bebé en mi vientre y, además se sorprendió por la silla de ruedas. Ante tal panorama, Mía inmediatamente se quiso levantar y lanzarse a mis brazos.
― Mi pequeña, debes estar tranquila ― la tranquilicé, mientras la acomodaba nuevamente en su camita.
― ¿Qué sucedió, mami? ¿Y mi hermanito? ― sollozó.
― Tranquila, tu hermanita nació anoche, ahora está con papá.
― ¿Puedo conocerla?
― Te prometo que pronto la conocerás, pero hoy no. Esta tarde, princesa, van a ponerte en tu cuerpo un pedacito de tu primito… con ese pe