Mundo de ficçãoIniciar sessãoLa situación que se está viviendo en el comedor es tan tensa que podría cortarse con un cuchillo. Castiel no sabe ni qué pensar respecto a toda esta situación. Solo baja la cabeza; no quiero seguir viendo a su abuelo.
Para Leonardo es muy complicado obligar a su nieto, que tanto quiere, a que se case en tan poco tiempo. Sabe que él estará muy defraudado, pero no ve ninguna otra manera de solucionarlo, ya que Castiel no muestra ningún interés en el matrimonio y para dejar su empresa a su otro hijo y nieto sería el peor error que haría porque no pasaría ni un año cuando ya estaría la empresa en bancarrota. No ha terminado de decirle todo. Aunque lo vea con la cabeza baja y con esa expresión, debe terminar de dejarle claro que esto no es un juego. —Además —agrega Leonardo. —Todavía hay más —murmuró Castiel molesto. Leonardo lo ha escuchado, pero decide ignorarlo. —Debes tener un bebé antes de dos años de matrimonio. —terminó de hablar. Para Castiel, escuchar eso es como si un balde de agua fría cayera sobre él. Le está pidiendo algo sumamente complicado de cumplir. —¿Qué pasa si no lo hago? —indaga Castiel. Necesita saber qué es lo que pasará si no lo hace. —Te destituiré y me pondré al mando de nuevo —contesta Leonardo. —Además, te despojaré de cada uno de tus lujos a los que has estado acostumbrado por años. —Pero ya estás demasiado mayor —protesta Castiel. —Lo sé, pero prefiero estar al mando que dejar a tu tío. Sería una desgracia para todos si él llegara al mando y tú mejor que nadie lo sabes. Castiel no responde, solo piensa en lo que le acaba de decir su abuelo y se encuentra bastante molesto, pero no lo culpa; entiende que su tío es una rata que solo vive del dinero de su padre. Así que solo cuenta con él. Se pone de pie para salir del lugar y poder pensar en todo. —Hijo, no vas a cenar —habló su abuela al ver cómo se levanta. —No se me quitó el apetito —declara Castiel. Porque no quiere seguro hablado o explotará frente a su abuelo y no será bueno para nadie. Ninguno dice nada; su abuela solo lo ve con expresión triste, baja la mirada; ella también comprende que la situación es difícil y sobre todo porque son muy pocos integrantes de la familia De la Rua. —Lo siento, hijo, si hubiera otra opción, no te haría eso —agrega Leonardo antes de que su nieto se vaya. —No digas eso, sabes que hay otras opciones, pero siempre eliges la más incómoda para mí —protestó Castiel completamente molesto. Castiel sale del lugar, camina directo a la puerta de salida con miles de emociones, sobre todo enojo de saber que el hombre que lo ha criado, como a un hijo, lo esté poniendo entre la espada y la pared. En una situación tan complicada. Sobre todo sabiendo por qué se había jurado nunca casarse y mucho menos tener hijos, que es lo que ahora su abuelo le está pidiendo. Admite que no es un santo ni un monje; le encantan las mujeres, sobre todo con una complexión delgada, pechos grandes, glúteos redondos y finas piernas. Es su estereotipo perfecto para él. Entiende que no sería nada difícil casarse con una mujer porque hay muchas detrás de él, pero no quiere casarse con cualquier chica, menos con una de las que está acostumbrado a salir, ya que a ellas solo les importa su estatus y el dinero. No quiere una chica sin cerebro, así que será muy difícil encontrar una mujer que cumpla con sus expectativas. Porque no hay chicas lindas que tengan cerebro o no ha conocido ninguna. —¿Señor, se encuentra bien? —lo llama Adolfo. Trayéndolo a la realidad. Castiel lo observa; está de pie a un metro de distancia de él, mirándolo con preocupación. Se aproxima a él. —¿Dame las llaves? —ordena Castiel. Extendiendo la mano. Adolfo se las entrega, colocándolas en la palma de la mano de su jefe, y Castiel al tenerlas en su mano. Se acerca al auto, entrando en él, abrochándose el cinturón y pone en marcha el vehículo. Escapa a toda velocidad haciendo que las llantas del vehículo derrapen en el asfalto. Saca de su bolsillo su móvil, busca el número de su amigo Ángel, hace clic en el número y se lo coloca en el oído. Espera a que me conteste. —¡Contesta! —murmura molesto. —Hola, amigo —saluda Ángel feliz. —¿La invitación sigue en pie? —va directo al grano. —Por supuesto que sí —confirma su amigo. —Llegó en 20 minutos —dice Castiel y cuelga el teléfono antes de que su amigo se le ocurra decir algo más. Mete su teléfono en su bolsillo y continúa manejando. Entiende bien que se había negado a salir con su amigo, pero necesita distraerse y beber un trago. Llega al lugar antes de lo previsto. Detiene el auto en el único estacionamiento libre. No le importa y baja del BMW. Camina directo hacia la entrada del lugar. Adentrándose en el lugar, la música suena a todo volumen, las luces en tonos rojos oscuros invaden el lugar y las mujeres semidesnudas corren en todas direcciones. Duda un poco si fue buena idea venir a este lugar. —¡Castiel! —alguien grita su nombre. Gira para ver quién lo ha llamado y en una de las mesas VIP está su amigo Ángel, con dos hombres que no conoce y un poco dudoso y desconfiado se acerca a ellos. —Siéntate, amigo —le ofrece Ángel y pone una copa frente a Castiel—. Bebe un poco. —Castiel toma el vaso. Lo acerca a su rostro oliendo su contenido antes de beberlo. ¿Quieres una chica? —No —se niega. —¿Por qué si nunca te has negado a la compañía de una mujer? —protestó Ángel, sorprendido por el comportamiento de su amigo. —No estoy de humor y deja de molestarme —respondió Castiel con mucha rabia. En estos momentos lo que menos quiere es tener a una mujer cerca de él. —Bien, tú te lo pierdes —agrega Ángel. Hace una señal con la mano y en menos de diez minutos están rodeados de cuatro mujeres. Muy hermosas, pero él no está de humor para lidiar este momento con ese problema. Sin embargo, una mujer de piel morena, cabello rizado, ojos cafés, vestida con una minifalda y un diminuto sostén. Se acerca a él abrazándolo por la espalda y acariciando su pecho con sus delicados dedos. —Te noto tenso, permíteme hacerte olvidar tus penas —susurra la mujer morena en su oído, a la vez que lame el lóbulo del oído izquierdo de Castiel. Provocando que se retuerza debido a la incomodidad que está sintiendo. Aparta las manos de la morena, deja la copa vacía en la mesa y se pone de pie molesto porque ni ahí puede estar tranquilo. Se pasea por el lugar, hasta llegar a la barra, donde ve a un hombre vestido completamente de negro limpiando unos vasos, y se coloca en una de las sillas. —Una botella de vodka —le ordena Castiel al barman. —Sí, señor —dice el barman. Unos minutos después, el hombre saca una botella de un gabinete, coloca la botella frente a él y la abre. Está por servirle cuando Castiel lo detiene. —Puedes irte, yo puedo hacerlo solo —manifiesta Castiel, y el barman deja la botella—. Cárgala a mi cuenta —dice. —Sí, señor. Un trago se convirtió en dos, dos se convirtieron en cuatro y cuatro en ocho. Hasta que Víctor se tomó dos botellas él solo. Su visión se volvía borrosa, el piso se le movía, pero lo que le alegraba es que había olvidado lo que había pasado unas horas antes. —¡Otra botella! —tartamudea Castiel, que ya está ebrio. —Señor, me temo que ya se ha tomado suficiente —protesta el barman. —¡Te pedí… que me trajeras otra! —le grita Castiel. —Me temo que no, señor —se vuelve a negar el barman. —¡Qué pésimo servicio! —reniega Castiel. Poniéndose de pie, tambaleándose por el lugar, yéndose hasta salir por una puerta que pensó que era el baño, pero para su sorpresa era un balcón, mira extrañado a todos lados, se da la vuelta para regresar, pero la puerta se ha atascado dejándolo atrapado. —¡Maldición! —gruñe— hip, hip. La cabeza le da vueltas, así que decide recargarse un poco sobre el barandal; dejó caer todo su peso y se escucha un fuerte chirrido. El barandal se rompe, haciendo que Castiel caiga de una altura de 3 metros…






