El pasillo del hospital olía a desinfectante y soledad. Después de largas horas de angustia, finalmente, el cirujano salió con una sonrisa cansada y dio la noticia que Eva había esperado con el alma contenida: la cirugía había sido un éxito.
Eva sintió que sus rodillas casi flaqueaban. El aire que llevaba horas oprimiéndole el pecho por fin se liberó, y las lágrimas rodaron silenciosas por su rostro. No le importaba que la vieran vulnerable; lo único que importaba era que su pequeño estaba a salvo.
—Gracias… —susurró, apenas encontrando fuerzas para hablar.
Alex, a su lado, también esbozó una sonrisa, aunque la preocupación por su amiga no se borraba de su semblante. Había estado firme durante todo el proceso, sosteniéndola cuando creía derrumbarse. Ahora, aunque sentía alivio, su mirada aún la examinaba como si temiera que en cualquier momento ella también pudiera desplomarse.
Dentro de la habitación, el pequeño descansaba en la camilla. Se veía frágil, con la piel pálida y los párpa