—¿Qué fue eso, Eva? —preguntó su hermana con el rostro desencajado.
—Ren no es el padre de Oli… —murmuró con un hilo de voz.
El silencio que cayó sobre la habitación fue tan pesado que ambas sintieron que no podían respirar. La mujer respiró profundamente y negó con la cabeza, como si deseara borrar lo que acababa de escuchar. Vera, con la boca entreabierta, se llevó las manos al rostro.
—El escándalo que rodea a nuestra familia es enorme —susurró ella, con un tono de derrota—. ¿Cómo pudiste hacer algo así, Eva?
Eva apretó la mandíbula.
Fue en ese instante que Alex apareció con dos cafés en las manos. La tensión en la sala lo golpeó como una muralla invisible. Sus ojos se posaron primero en Vera, que tenía la mirada perdida, y luego en Eva, que parecía un fantasma de sí misma.
—¿Interrumpo algo? —preguntó con cautela.
Nadie respondió. Eva tomó su taza sin pronunciar palabra, necesitaba calor, necesitaba algo que le recordara que todavía estaba viva.
Pasaron dos días. Dos eternos días