Eva despertó con un sobresalto. El sol apenas se filtraba entre las gruesas cortinas del dormitorio, iluminando con suavidad el rostro del hombre que dormía a su lado. Kevin estaba allí, tendido con el ceño relajado, tan guapo como siempre, tan imponente incluso en medio de un sueño profundo. Su corazón se estrujó en el pecho como si alguien lo apretara con crueldad.
La noche anterior había sido su perdición. Ella, la mujer que juró no volver a dejarse doblegar por él, había caído tan fácil, como una mariposa atrapada en las llamas. Recordaba sus besos, ardientes, posesivos, recorriendo cada rincón de su piel; sus manos fuertes apoderándose de su cuerpo hasta hacerla temblar. Todavía lo sentía dentro de ella, como una marca imborrable.
Pero… ¿y él? Quizás Kevin ni siquiera recordaría lo sucedido. Tal vez, para él, había sido solo otra manera de humillarla, de recordarle que su vida le pertenecía.
Tragó saliva, intentando ahogar el nudo que le apretaba la garganta. Se vistió en silenci