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Capítulo 9 La última lágrima por ti
“¿Mañana quieres que vaya a la boda?”

El mensaje le llegó de madrugada. Raina miró a su abuela dormida y contestó: “Te paso la dirección. Mañana vienes por mí y por mi abuela. Si te arrepientes, no pasa nada”.

La respuesta no tardó en llegar: “Mañana nos vemos, ¡mi novia!”

Al leer esa última línea, sintió un nudo en el pecho. Ella también sería novia... solo que el hombre con quien se casaría era un amigo al que jamás había visto en persona.

No era un impulso nacido de la herida que Noel le había dejado. Era por no decepcionar a su abuela, por no preocuparla. Además, llevaba diez años hablando con él.

Al fin y al cabo, ¿cuántas veces en la vida alguien te dedica diez años? Para ella, con eso era suficiente para confiar. Entonces, a medianoche, sonó su celular, era Noel.

Para no despertar a su abuela, salió al pasillo y contestó en voz baja.

—¿Quiera alguna otra cosa, señor Silva?

Últimamente, era la frase que más repetía con él. Pero, Noel, cansado, se frotó el entrecejo.

—¿Por qué no estás en casa? —preguntó, con una incomodidad que ni él mismo entendía.

Esa noche, sin razón clara, había sentido una inquietud extraña y había conducido hasta el departamento donde habían vivido seis años. La cama estaba intacta, como si nadie hubiera dormido allí.

Ella entendió al instante que él había regresado a allá. No sabía si ya había notado su ausencia... o la de sus cosas.

—Estoy en casa de mi abuela —respondió, sin mentir.

Noel permaneció un momento en silencio. No había encendido la luz al entrar, y prefería seguir así. Esa oscuridad era lo único que lograba calmarle el ánimo.

Se dejó caer en el sofá. Por primera vez, sintió que ese silencio era tan denso, que lo sofocaba.

—¿Y qué haces allá?

Ella entendió que él no había notado nada: ni la ausencia de su ropa en el armario, ni la falta de su cepillo de dientes en el baño, ni el vacío que dejaban sus cosas.

Y quizá era mejor así. Mañana podría casarse sin que él lo supiera.

—¿No dijiste que mañana irías por la abuela para la boda? —respondió, esquivando el tema.

Hubo un silencio breve, y después dijo:

—Mañana temprano mandaré a alguien por ustedes.

—No hace falta. Yo la llevo. Supongo que estarás bastante ocupado —dijo Raina con una calma casi amable.

—Raina... —Su voz bajó, con un matiz que ella no alcanzó a entender—. Mañana... mañana tienes que estar ahí, ¿me oyes?

—¿Por qué es tan importante que vaya? —preguntó, alzando la vista hacia el cielo. Las estrellas brillaban como nunca.

Él suspiró al otro lado de la línea.

—Solo prométeme que vas a venir. Mañana entenderás por qué.

Pero ella no pensaba ir. A partir de mañana, él ya no estaría en su vida. Y con eso, la respuesta perdía todo sentido.

—Noel —lo llamó, con un tono sereno, sin tristeza, ni rencor—, te deseo felicidad.

Él sintió un golpe seco en el pecho; algo se le quebró por dentro. De pronto lo invadió una urgencia de llorar y se cubrió la cara con la mano.

—Quiero que esas palabras me las digas mañana, viéndome a los ojos.

¿Quería mostrárselo a Marta? No quiso seguir dándole vueltas. La brisa fresca de la madrugada le erizó la piel.

—Noel, tengo sueño. Voy a dormir.

Colgó y bajo ese cielo repleto de estrellas, cerró los ojos. Y así, una lágrima rodó por su mejilla. Noel... esta será la última vez que llore por ti.
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