La noche anterior, el cielo estrellado había sido un espectáculo; ese día, el sol amanecía igual de intenso.
Raina abrió los ojos con la luz dándole de lleno en la cara y lo primero que vio fue la sonrisa de su abuela.
—Mi niña, tienes un corazón de piedra. Hoy te casas y todavía duermes como si nada.
Ella escondió la cara en la palma tibia de su abuela.
—Tengo sueño, abuela —murmuró, medio adormilada.
—Nada de sueño. ¡Ya llegó el auto que viene por ti!
Entonces, levantó la cabeza y siguió con la mirada la dirección que le señalaba su abuela. Frente a la residencia, una fila de autos negros de lujo tapaba toda la entrada.
¿Su amigo virtual sí había venido a buscarla para casarse?
Se incorporó y salió del cuarto. Afuera, bajo el sol brillante, la esperaba un hombre cuya sola presencia imponía respeto. El traje oscuro, hecho a la medida, le quedaba impecable; los gemelos en los puños lanzaban destellos al moverse. De pies a cabeza, desprendía una distinción.
—¿No vas a acercarte? —preguntó su abuela.
El hombre, que hasta entonces le daba la espalda, se giró despacio. Raina le vio la cara y sintió que el corazón se le encogía.
—¿Tú...? —susurró.
***
En la Avenida Central de Lureña, dos caravanas nupciales avanzaban en direcciones opuestas. Una era la comitiva de la familia Herrera, encabezada por Iván; la otra, la de los Silva, con Noel.
Cada una llevaba una decena de autos decorados con flores blancas, cintas rojas y globos que ondeaban al viento. La gente en las aceras se detenía a mirar, algunos aplaudían, otros grababan con el celular; hasta los niños corrían detrás de los vehículos, riendo y lanzando confeti.
El ambiente era un verdadero espectáculo. Las bocinas sonaban al unísono, formando una especie de coro festivo que resonaba por toda la avenida. Poco a poco, ambas caravanas fueron acercándose hasta coincidir en la Plaza Central, justo en el cruce de las dos calles principales. Al encontrarse, las novias podían intercambiar ramos como símbolo de buenos deseos.
La boda de Iván se había anunciado con tanta premura que nadie sabía quién era la novia. En ese momento, todas las cámaras se enfocaron en su auto, ansiosos por conseguir el primer plano de la misteriosa prometida.
Todos, menos uno: Noel. Desde la llamada con Raina no había podido pegar un ojo. Y esa mañana, al no verla en el lugar de la ceremonia, la inquietud se le metió en el cuerpo.
Raina nunca llegaba tarde. Marcó su celular, pero estaba apagado. Mandó gente a la casa de la abuela y le respondieron que no había nadie.
Desesperado, revisó las noticias locales, temiendo encontrar algún accidente... nada.
La ventanilla del auto de Iván empezó a bajar. Tras el cristal apareció una silueta cubierta por un velo blanco. Incluso con el tul tapándole parte del rostro, se alcanzaban a ver unos rasgos finos, elegantes. Los fotógrafos ajustaron el zoom, desesperados por no perderse ni un detalle. Marta, sentada al lado de Noel, estaba lo bastante cerca como para verla sin necesidad de cámaras.
Y la reconoció: ¿Raina? El corazón le dio un brinco, el pulso se le disparó. ¿Estaba alucinando? No... sí, era ella. Vestida de novia.
Ella extendió el ramo que sostenía. Marta, casi sin darse cuenta, lo recibió; los labios le temblaban, como si quisiera pronunciar su nombre o preguntar algo.
—Te deseo felicidad —dijo Raina, antes de que pudiera reaccionar, le entregó el ramo y, con él, una bendición.
Porque, pasara lo que pasara, ese día todo quedaba atrás. Noel quedaba atrás. Marta quedaba atrás. Las heridas, los rencores... todo atrás.
¿Te deseo felicidad? ¿Raina? Noel escuchó la voz. Al principio creyó que era su mente jugándole una mala pasada. Agachado, levantó de golpe la cabeza y buscó de dónde venía.