Habían pasado tres noches desde aquella discusión en el Blue Heaven. Rowan había estado ausente casi todo el día; su madre había sufrido una descompensación y él no se separaba de ella en el hospital.
Aria, por primera vez en mucho tiempo, se encontró con las llaves del bar en su mano y el peso de la responsabilidad cayendo encima. Rowan le había dejado instrucciones claras: “Tú te encargas de la caja, confío en ti. Haz que todo siga funcionando.”
Encendió las luces del local y el murmullo habitual comenzó a crecer a medida que los clientes entraban. El olor a madera barnizada, el brillo de las botellas alineadas y el rumor de conversaciones le devolvieron una sensación familiar. Solo que esa vez, Rowan no estaba allí para vigilar cada detalle.
—No te preocupes, Ari —le dijo Sophia, su amiga y compañera de trabajo desde hacía cinco años—. Entre los tres podemos con todo.
Aria le sonrió con gratitud. A veces pensaba que Sophia era más su hermana que la propia Martina, al menos dentro de esas paredes.
La noche transcurrió entre pedidos, bandejas y risas. Aria se movía con soltura entre las mesas, como si la conociera de memoria. Pero al pasar cerca del escenario vacío, el corazón le dio un vuelco. Allí, bajo las luces apagadas, descansaba el piano que ya nadie tocaba desde la muerte del señor Doyle.
Se detuvo apenas un segundo. Podía escuchar en su mente las notas suaves de los viernes por la noche, cuando el pianista acompañaba su tarareo tímido y su padre sonreía orgulloso desde la barra.
—¿También lo extrañas? —preguntó una voz masculina a su lado.
Aria se giró. Demian Hale estaba allí, apoyado en una de las mesas cercanas, con una copa en la mano. Llevaba la chaqueta oscura desabrochada y el cabello revuelto, como si acabara de salir de un ensayo.
Ella carraspeó, sorprendida.
—¿Perdón?Él señaló el escenario con un gesto sutil.
—El piano. Siempre que vengo lo miro y me parece un crimen que nadie lo use.Aria dudó. No sabía por qué le molestaba que él notara su momento de debilidad, pero a la vez sintió algo extraño, como si alguien hubiera leído en voz alta un pensamiento que llevaba años guardando.
—Mi prometido no cree que sea necesario. Dice que distrae de lo importante.
Demian arqueó una ceja, curioso.
—¿Y lo importante qué es? ¿Las copas servidas a tiempo? ¿O que la gente se sienta viva un par de horas?La pregunta la descolocó. Él dio un sorbo lento a su bebida antes de agregar:
—En mi teatro nunca dejamos el escenario vacío. Un espacio sin vida es un espacio muerto.Aria lo miró con un dejo de interés.
—¿Trabajas en teatro?Demian sonrió, inclinándose apenas hacia ella, como si compartiera un secreto.
—Actor de musicales. Estamos preparando uno nuevo en el centro. Ensayamos casi todos los días, por eso suelo terminar aquí después. Necesito un trago para bajar la adrenalina.Por primera vez, Aria lo observó con atención: su postura relajada, la seguridad con que hablaba, ese brillo en los ojos cuando mencionaba el escenario. Era un mundo lejano al suyo, pero también fascinante.
—Debe ser… emocionante —dijo sin pensarlo.
—Lo es. Y agotador. —Se encogió de hombros—. Pero vale la pena cada segundo.
Aria se descubrió sonriendo, aunque enseguida desvió la mirada. El recuerdo de Rowan regresó como un latido fuerte en su pecho. Ella no tenía que dejarse arrastrar por conversaciones que no llevaban a nada.
—Tengo que seguir trabajando —murmuró, alejándose.
Demian no insistió, pero mientras se acomodaba en su mesa, sus ojos la siguieron con un interés que ella fingió no notar.
La noche avanzó con normalidad, aunque cada vez que pasaba cerca del escenario, Aria sentía la presencia de Demian como un eco persistente. Y cuando, al final de la jornada, apagó las luces del bar, volvió a mirar el piano antes de cerrar la puerta.
Por primera vez en mucho tiempo, deseó escucharlo sonar otra vez.
El flujo de clientes creció con rapidez y Aria tuvo que ponerse al frente. Sophia iba y venía con las bandejas cargadas, mientras Mike, el camarero más joven, tropezaba con las mesas al intentar seguirle el ritmo. Detrás de la barra, Oliver llenaba copas sin descanso, con ese gesto serio que nunca perdía.
—Aria, ¿puedes ayudarme con la cuenta de la mesa cuatro? —pidió Sophia, apurada.
Aria asintió y se acercó a la caja. El grupo de hombres de la mesa cuatro reía demasiado alto. Uno de ellos ya estaba pasado de copas.
—Son ciento veinte dólares —dijo Aria con calma.
El hombre buscó la billetera con torpeza, pero en lugar de entregarle la tarjeta, le lanzó una sonrisa torcida.
—¿Seguro que no me haces un descuento, preciosa?
Las risas de sus amigos estallaron. Aria se irguió, acostumbrada a esas escenas.
—El precio es el mismo para todos —respondió firme, tendiéndole la mano.
El hombre dudó, molesto, y se inclinó demasiado cerca.
—Una sonrisa tuya vale más que eso.
Antes de que Aria pudiera replicar, una voz sonó detrás de él:
—Qué curioso. En mi mundo, cuando alguien no paga lo que debe, el telón baja y se acabó la función.
El borracho se giró, confundido. Demian estaba de pie, apoyado con tranquilidad en una silla, la copa aún en la mano. Sus ojos grises tenían un brillo divertido, pero su tono dejaba claro que no bromeaba del todo.
El hombre gruñó algo ininteligible y, finalmente, extendió la tarjeta a Aria. Ella pasó el pago con pulso firme, aunque por dentro agradecía la intervención.
Cuando el grupo se retiró entre risotadas, Demian se encogió de hombros.
—El público difícil siempre está en primera fila.
Aria lo miró con una mezcla de fastidio y agradecimiento.
—No hacía falta. Puedo manejarlo.
Él inclinó la cabeza, observándola con interés.
—Lo sé. Pero a veces no está mal aceptar un aliado inesperado.
Aria sintió que el aire se le escapaba un segundo. Se obligó a apartar la mirada y se volvió hacia Sophia, que ya la llamaba desde la otra punta del salón.
La noche continuó en un torbellino de copas, música ambiental y conversaciones. Aria notaba el cansancio en los hombros, pero también un extraño orgullo: por primera vez en mucho tiempo, estaba liderando Blue Heaven sin Rowan detrás de cada movimiento.
Al final, cuando el último cliente se marchó y Sophia, Mike y Oliver salieron con las chaquetas puestas, Aria se quedó cerrando la caja. El silencio repentino la envolvió como una manta pesada.
Se acercó al escenario vacío. El piano brillaba bajo la luz tenue, cubierto de polvo en los bordes. Se sentó en la banqueta, sus dedos temblando apenas sobre las teclas. Una parte de ella deseaba presionar una nota, llenar el lugar de música otra vez.
Pero la voz de Rowan resonó en su mente: “No distraigas a la gente, Aria. Lo importante es el bar, no tus caprichos.”
Retiró las manos, sintiendo un hueco extraño en el pecho. Apagó la última lámpara y cerró la puerta.
Demian la observaba desde la esquina, fumando antes de marcharse. Ella fingió no verlo y siguió caminando hacia su coche. Sin embargo, su corazón seguía repitiendo una idea peligrosa: el escenario no debía estar vacío para siempre.
Las llaves tintinearon en la cerradura y la pesada puerta del Blue Heaven se cerró detrás de ella. El silencio de la calle contrastaba con el bullicio que aún resonaba en su cabeza. Aria se ajustó la chaqueta y respiró hondo el aire húmedo de la madrugada.
—Noche larga, ¿eh?
El sobresalto la hizo girar. Demian Hale estaba apoyado contra la farola de la esquina, con las manos en los bolsillos de la chaqueta y una media sonrisa dibujada en los labios. No parecía esperar a nadie en particular, pero tampoco daba señales de prisa por marcharse.
—¿Sigues aquí? —preguntó Aria, un poco más seca de lo que pretendía.
—Vivo a unas cuadras —respondió él, encogiéndose de hombros—. A veces me quedo un rato afuera para despejar la cabeza antes de irme.
Ella asintió, incómoda. No sabía si agradecerle por lo que había hecho con el cliente conflictivo o fingir que nunca ocurrió.
Demian inclinó la cabeza, estudiándola.
—Manejas bien este lugar. No cualquiera podría con una noche así.
Aria cruzó los brazos.
—No lo hago sola. Sophia, Mike y Oliver saben su trabajo.
—Claro —concedió él—. Pero se nota quién lleva el timón.
El cumplido la tomó desprevenida. Bajó la mirada, como si el pavimento fuera repentinamente fascinante. Nadie solía decirle eso. Rowan hablaba de su esfuerzo, sí, pero siempre bajo la sombra de “el bar es mi responsabilidad”. Escuchar a alguien reconocer su papel individual la desestabilizó.
Demian dio un paso hacia adelante, pero mantuvo una distancia respetuosa.
—¿Sabes? No dejo de pensar en lo que dijiste… sobre que el piano distrae.
Aria apretó la mandíbula.
—Eso es lo que dice Rowan.
—¿Y tú qué dices? —preguntó él, con voz más baja.
El corazón de Aria latió con fuerza. Pensó en su padre, en aquellas noches de música suave, en la seguridad que sentía cuando podía cantar bajito junto al pianista.
—Yo… no lo sé.
Demian sonrió de lado.
—Algún día deberías probar. Aunque sea cuando no haya nadie. Los escenarios odian el silencio.
Ella negó con la cabeza, tratando de cortar la conversación.
—Buenas noches, Demian.
Él levantó una mano en gesto de despedida, sin insistir.
—Hasta mañana, Aria.
Se alejó caminando despacio, y ella lo observó hasta que dobló en la esquina. Solo entonces subió al coche. Encendió el motor, pero no arrancó de inmediato. Sus dedos tamborilearon contra el volante, imitando un ritmo invisible.
Por primera vez en mucho tiempo, se permitió pensar cómo sonaría su voz llenando otra vez aquel escenario vacío.