Elías retiró la copa que estaba frente a Sofía.
—Este licor es fuerte. Con una copa tienes de sobra. Mañana quizá te duela la cabeza.
—Ni lo digas… ya me siento medio mareada —respondió ella, recostándose en el sofá—. Si lo mezclaran con jugo sabría mejor. Aunque… recuerdo que el doctor Rivas dijo que con mi lesión no debía beber.
—Una copa ligera ayuda a dormir.
—Puede ser.
Sofía nunca había entendido qué encanto tenía el alcohol. Solo cuando la embriaguez empezó a subirle de golpe, se le escapó una frase sin pensar:
—Dime… ¿te me acercas con alguna segunda intención?
Elías notó la mirada fija y turbia de Sofía. Estaba claro: se había pasado de copas. Su resistencia era mucho menor de lo que él imaginaba.
Ella, tambaleante, le arrebató la copa de la mano.
Antes de que él reaccionara, ya se había servido otro trago y lo bebió de un golpe. Eructó suavemente y la sensación de vértigo se intensificó.
—Seguro que me quieres usar para algo —aseguró, inclinándose más hacia él.
La intensidad