A medianoche, Sofía se despertó sobresaltada por una pesadilla.
En su sueño volvía a estar atada en aquel barco, con el viento salado pegándole en la cara y los secuestradores sometiéndola una y otra vez.
Cuando abrió los ojos, estaba empapada en sudor frío.
La sensación era tan real que le revolvía el estómago, como si todo hubiera ocurrido de nuevo.
Al darse cuenta de que solo había sido un sueño, se frotó la frente con cansancio.
De pronto, la luz del cuarto se encendió.
—¿Quién anda ahí? —preguntó alarmada.
En la puerta estaba Elías. Al reconocerlo, Sofía soltó un respiro de alivio.
—¿Qué haces parado en la puerta de mi cuarto a estas horas? Casi me matas del susto.
—¿Tan asustadiza? ¿Entonces por qué estabas gritando?
—¿Yo? ¿Qué se supone que grité?
—Lo escuché clarito desde el otro cuarto. No parabas de decir: “Ayúdenme… ayúdenme”.
El corazón de Sofía dio un vuelco. ¿De verdad había hablado dormida?
Con cautela preguntó:
—¿Y no dije nada más?
—No, solo eso.
Sofía respiró alivia