—¡Tú fuiste quien me engañó para que tomara! Mi papá siempre dijo que una muchacha no debe beber tanto. ¡Sabía que no eras buena persona!
Elías se frotó la frente, en silencio.
Tenía que admitirlo: darle alcohol a Sofía para que conciliara el sueño había sido un error.
Al final, decidió darle por su lado.
—Está bien. No soy buena persona. Entonces dime, ¿qué quieres que haga?
—Que… que me pidas perdón.
—…
—Y que no me obligues a subir a tu barco pirata. ¡No quiero morirme tan pronto!
Elías la observó con calma, mientras ella lloraba con más fuerza, diciendo incoherencias. Por fin cedió:
—Bueno. Te pido perdón.
—¡No suena sincero!
—¿Y qué haría falta para que lo fuera?
—Un contrato. Que digas que nunca vas a volver a molestarme, ni a meterme en tu mugroso barco.
—¿Y si te compenso con algo más?
—¡Ándale!
Elías soltó una carcajada seca.
—Definitivamente no estás tan ebria.
Se levantó, harto de la escena, sin intención de seguirle el juego.
Pero cuando giró para irse, Sofía se incorporó