Al escuchar a Julián, Alejandro guardó silencio.
—Admítelo, Alejandro—insistió Julián—. Estás interesado en la señorita Valdés y ni siquiera lo reconoces. Por eso andas distraído.
—Basta. —Alejandro se puso de pie y ordenó con frialdad—. No vuelvas a tocar este tema.
De inmediato le habló al secretario Javier, que lo esperaba en la entrada:
—Javier, vamos.
—Sí, señor.
Javier lo condujo fuera del club. Julián, mirando su espalda alejarse, solo pudo sacudir la cabeza resignado.
Afuera, Alejandro ya había subido al coche.
—¿Vamos directo a casa, señor, o…? —preguntó Javier.
—A la casa de Sofía.
Javier se quedó sorprendido.
—¿A la casa de la señorita Sofía? Pero ya es muy tarde, quizá… —No se atrevió a completar la frase: quizá no era apropiado.
Alejandro dudó unos segundos y luego soltó:
—¿Tú también piensas que me gusta Sofía?
—Yo… —Javier no se atrevía a responder. ¿No debía ser él mismo quien lo supiera mejor?
—Habla. —La voz de Alejandro sonó más fría.
—Solo creo que, desde la fiesta