Leonardo abrió la puerta del auto e invitó a Sofía a subir.
—No se preocupe, señorita. En este círculo casi nunca se conoce a gente de otros mundos; todos venimos de condiciones parecidas. Y no, no tiene que sospechar que yo tenga algún interés oculto con usted.
—No pienso que lo tenga —respondió Sofía con franqueza—. Solo me da curiosidad por qué Elías lo mandó traer para atenderme.
—Esa pregunta debería hacérsela directamente a él.
—¿Son muy cercanos ustedes dos?
—Digamos que somos amigos.
—¿Él… tiene amigos? —Sofía no lograba imaginarlo.
Convivir con alguien como Elías debía ser aterrador.
—Usted todavía no lo conoce bien. Por fuera parece insoportable, pero una vez que lo conoces… descubres que es todavía peor de lo que pensabas.
Sofía dejó escapar una sonrisa forzada.
No tenía gracia.
En absoluto.
Porque ella ya estaba comprobando en carne propia lo que decía.
El carro avanzó un buen tramo cuando Sofía, de pronto, se dio cuenta de algo:
—Este no es el camino a mi casa.
—Qué rapide