Ese mismo día, Sofía comprendió de golpe que no se parecía en nada a Mariana.
Sofía era Sofía, no la sombra ni el reemplazo de nadie.
A la mañana siguiente, el médico privado que Mateo había llamado acudió a revisarla. Al descubrir que su cuerpo estaba cubierto de heridas, recetó tratamiento específico, le dio algunas indicaciones y se marchó.
Sofía había planeado quedarse en el departamento practicando a escribir con la mano izquierda. Pero recordó que ese día vencía el plazo para devolver unos libros, así que no le quedó más remedio que regresar a la biblioteca de la universidad.
Allí estaban Silvia y Mariana repasando apuntes.
Todos sabían que ese examen final sería el más difícil en años, así que los estudiantes cercanos a la graduación pasaban las noches en vela estudiando en la biblioteca.
En cuanto vio entrar a Sofía, Silvia se levantó con una sonrisa venenosa:
—Vaya, ¿y yo que pensé que era otra persona? Resulta que era la señorita Valdés. ¿Qué haces aquí, tan sola, devolviendo