—¡Sofía Valdés! ¡Estamos en la universidad! ¿De veras piensas pegarme aquí dentro? ¿Acaso te volviste loca? —gritó Silvia, convencida de que una heredera venida a menos como Sofía no se atrevería a hacerle nada en la universidad.
Sin el respaldo de Alejandro, Sofía estaba condenada a ser objeto de burlas y humillaciones.
—Parece que olvidaste que hace poco tú y Mónica Torres se aliaron para molestarme. Si tú te atreviste a ponerme la mano encima, ¿por qué yo no habría de hacerlo? Además, fuiste tú quien me provocó primero. Y si llegamos con el director, yo también tengo mi versión.
Sofía hablaba con calma, como si recitara un alegato preparado.
—Antes eras la prometida del señor Rivera. Aunque nos molestara, no nos atrevíamos a tocarte. Pero ahora que ya se rompió el compromiso, ¿en serio crees que el director va a ponerse de tu lado? —respondió Silvia, sin filtro.
Todos en la sala entendían las reglas internas de la universidad: solo quienes tenían posición podían gozar de ciertos pri