Las luces del vehículo de Mikhail Baranov se alejaban lentamente por el sendero de la Mansión Orlova, perdiéndose entre los árboles que bordeaban el camino de salida. Alexandra permaneció de pie junto a la ventana de su habitación, sin moverse, sin pestañear, como si su cuerpo se negara a aceptar que él realmente se había ido.
El silencio se volvió denso, tan espeso como el nudo en su garganta.
No le preocupaba que Mikhail pudiera entrar sin invitación. Si había alguien capaz de abrir las puertas de su mansión sin tocar, ese era él. No solo por su poder, por su nombre o su estatus, sino porque Alexandra ya había abierto la puerta más protegida de todas: su cuerpo.
Y su corazón... aunque aún no se atreviera a aceptarlo.
Se alejó de la ventana finalmente, pero el eco de su presencia seguía allí. Como si su esencia se hubiera impregnado en las paredes, en la alfombra, en la brisa que se colaba por la rendija. Su perfume aún parecía flotar en el aire, mezclado con el recuerdo de sus m