La tenue luz del amanecer se filtraba a través de los ventanales de la habitación principal de la mansión Baranov, bañando con su claridad azulada las sábanas aún desordenadas de la gran cama. El fuego de la chimenea se había apagado hace horas, pero el calor persistente que aún flotaba en el ambiente no provenía de la leña quemada, sino de los recuerdos latentes de lo que había sucedido entre aquellas paredes.
Alexandra se sentó lentamente al borde de la cama. Sus cabellos caían como una cascada de fuego oscuro sobre su espalda desnuda mientras sus dedos recogían con calma su blusa del suelo. No había arrepentimiento en su mirada, ni siquiera vacilación. Solo decisión. La misma que Mikhail había tenido cuando la dejó en aquel yate, cuando le demostró sin palabras que lo que había pasado entre ellos no había significado nada. Ahora, era ella quien tomaría el control del silencio.
El vestido de satén blanco que usó aquella noche estaba cuidadosamente doblado sobre la butaca de tercio