El reloj marcaba las 10:07 de la mañana cuando Alexandra Morgan descendió por la amplia escalera de la residencia Fort. Vestía unos jeans ajustados, una blusa blanca de lino y unas gafas de sol que ocultaban sus ojos, aún apagados por una noche que le había arrancado más que el aliento. Caminaba con la cabeza en alto, con la dignidad de una reina que se niega a quebrarse, aunque por dentro la tormenta fuera intensa.
Sofía estaba con sus hijos en una video llamada con Naven. Alexandra había aprovechado el silencio para arreglarse con pulcritud, sin dejar ningún detalle al azar. Había tomado el desayuno sola, revisado su bolso, y luego salido por la puerta principal como si nada hubiera ocurrido.
Pocos minutos después, Alexandra se subió a un vehículo. Dio la dirección de una farmacia ubicada en un barrio discreto de la ciudad, evitando los sectores más transitados. No quería llamar la atención, ni mucho menos encontrar rostros conocidos en Barcelona.
En su trayecto, el rostro de Mikh