Entonces Alexandra sintió cómo una mano firme la sujetaba del brazo. Se giró sorprendida, solo para encontrarse con los ojos intensos de Mikhail Baranov. Su mirada era una mezcla letal de deseo contenido y una furia sorda que ardía bajo la superficie.
—No he terminado contigo —murmuró él, con voz baja pero cargada de una autoridad que vibró en el aire como electricidad estática.
Alexandra no dijo nada. Se limitó a mirarlo con una ceja levemente alzada, desafiándolo. Esa indiferencia sutil, ese aire altivo como si lo que acababa de pasar no significara nada, era exactamente lo que lo volvía loco.
Mikhail la sujetó con más fuerza, atrayéndola hacia él hasta que sus cuerpos quedaron peligrosamente cerca. Alexandra pudo sentir su respiración, su calor… el aura de poder que lo envolvía como una segunda piel. Pero ella no se movió. No retrocedió. No parpadeó siquiera.
—¿Crees que puedes jugar así conmigo? —preguntó él, con una sonrisa apenas curvada, aunque en sus ojos se encendía una torme