El bar estaba sumido en penumbra. Maderas oscuras, luces tenues y el leve olor a whisky ahumado formaban un santuario para aquellos que no vivían según las reglas. Afuera, la lluvia ya golpeaba los cristales con persistencia. Dentro, el mundo parecía contenido en el silencio que crecía entre dos personas que no debían estar tan cerca.
Alexandra Morgan permanecía de pie, firme, junto a la pared del reservado privado. La hermosa mujer logra acercarse a la ventana observando las gotas de lluvia resbalando por el cristal. La pequeña discusión fusionada con advertencia parece enardecer más la llama entre ellos.
Mikhail Baranov estaba a apenas unos pasos de ella. Su traje oscuro, su postura contenida, sus ojos azules como cuchillas.
—Ya no es hora de seguir aquí —murmuró Mikhail, su voz grave, profunda, peligrosamente baja.
Alexandra lo miró. Desafiante. El corazón le latía con fuerza, pero no retrocedió.
—No recuerdo haberle pedido permiso y si estoy aquí en este area es porque el Señ