XXXIX
No podía disimular ni por un segundo el profundo dolor que le producía perder a su esposa. Nada pudo hacerse por Ekaterina, como fuera, estaba escrito que su vida siempre sería muy corta. Pero para Jasha, ver cómo la tierra cubría su cajón, era una zozobra conocida, aunque no sabía de dónde, o por qué razón ya la había sentido. Miró a su hijo, tan pequeño todavía, apenas iba para 3 años, no se merecía quedarse sin una madre.
Los funerales fueron los mejores que él pudo darle a su joven mujer. Apenas cumplía ella 23 años, él tenía 24. Jasha Volkov se había convertido en el prodigio del patinaje artístico de Rusia, por su propio mérito y esfuerzo, apoyado siempre por sus padres y por su abuela. Pero ese día no era más que un hombre que perdía a su compañera, con la que no alcanzó a compartir el tiempo que se juraron frente al altar.
—Jasha, ven con nosotros a la mansión de la abuela, al menos mientras el pequeño Sasha se adapta a esta situación —hablaba Helena, su madre, en voz